lunes, 18 de noviembre de 2013

Concejal de su Pueblo


Los comienzos de la democracia en Chiclana tienen sus peculiaridades. En el año setenta y nueve fue reelegido Alcalde Don Agustín Herrero Muñoz. Es decir, los chiclaneros decidieron que su primer Alcalde del período constitucional fuese el mismo que antes: El último del período Franquista. Agustín Herrero era una persona respetada; y, su memoria sigue siéndolo. Tanía una cierta fama de hombre rudo y bragado; y, me cuentan divertidas anécdotas que lo definen como tal. Otro domingo podríamos recordarlo.
Esta primera corporación del setenta y nueve fue un Ayuntamiento de pactos. En cierto modo fue un período de calentamiento; cuatro años de rodaje para algunos que luego serían llamados a desempeñar importantes responsabilidades.
He tenido la oportunidad de conocer a algunos de aquellos concejales y hay un par de cosas que  casi todos repiten: Que no tenían ni idea de política ni de la administración; pero tenían muchas ganas. Y, que estaba todo por hacer. Que en Chiclana no había casi de nada. Que no había agua corriente para todos, ni saneamiento, ni teléfono, ni asfalto, ni alumbrado público suficiente…, que el rio apestaba, que todo se inundaba,  que no había equipamientos culturales, ni apenas sanitarios… Las carencias eran tan evidentes, y la necesidad de gestionar y hacer cosas desde lo público era tan clara; que supongo, que estos concejales de los ochenta sentirían cierta vergüenza en dedicar su tiempo a tontas e insustanciales peleas políticas y prefirieron ser concejales de su pueblo.
Los de hoy, los actuales, deberían tomar nota. Memos disputas insustanciales y más debates constructivos.  En ciertos aspectos ahora vivimos un período de cambio parecido a aquel;  y puede que más difícil de dirigir y de liderar. 
Me gustaría trasmitir con este artículo, que aquellas primeras corporaciones fueron diferentes. Que los concejales eran accesibles, que paraban en los bares y escuchaban a todo el mundo… eran gente normal…, fuesen del partido que fuesen. Discutían en los plenos, y luego se tomaban una cerveza juntos, porque los problemas había que arreglarlos, por encima de la pelea de partidos.
Seguramente tenían claro que eran unos simples concejales de pueblo. Ni más ni menos.
No parecía que habían hecho un máster en ciencias políticas cuando hablaban en los plenos. Sabían que el ser nombrado concejal de salud o de economía, no te convierte en experto en la materia, ni falta que hace. Sabían que eran los representantes de los vecinos ante el Ayuntamiento, y a veces, contra el Ayuntamiento; y no al revés, los representantes de la Administración frente a los vecinos, como algunos parecen pensar… Me gustaría decir todo esto, pero no sé cómo. Por eso, mejor, voy a contar una historia, un recuerdo prestado, un suceso extraordinario:
Son las cinco de la mañana y sigue lloviendo. Pepe se ha desvelado. El wáter hacer un ruido peculiar, un “Glu-Glu” como él dice. Ese ruido significa riada. No falla. Nadie lo ha llamado, ni él llama a nadie. Se viste y en unos minutos está en la Cuesta del Matadero, frente a Bejerano, que efectivamente, está despierto, y colocando con yeso las tablas en la puerta; para que el agua no entre demasiado. Chano debe tener su propio ruido o su propio aviso de riada, porque sin mediar teléfono, ha llegado unos minutos antes. También parecen tener dotes adivinatorias, Paco, el del agua, y San Martín, que viene sin su uniforme de jefe de la policía. Los cuatro protagonistas se reúnen, armados con botas y ropas de agua. No es la primera vez, ni será la última. La cosa es grave y hay que despertar a dos o tres más.
Paco se sabe al dedillo por dónde van las tuberías y dónde están los puntos débiles. Chano también. Plano no hay. Paco ha dicho que hay que hacerlos, porque…, en fin, no es normal que la red de alcantarillado esté dibujada solo en la cabeza de dos o tres personas.
Sigue lloviendo en cantidad. El agua sube; un agua marón, veloz, que tapa toda la calle, en las primeras luces de la mañana. Habría que levantar un par de tapas de pozos de registro para que el agua tenga otra salida; de esas redondas pesadas, que no se ven, tapadas por el rio que se ha formado en unas horas…
Y he aquí el suceso extraordinario: Chano, con sus botas de agua y un gancho en la mano, mojándose como todos, se mete en el agua y va derecho a un punto determinado de la calle. Sin casi ensayar, mete el gancho en el agua, y engancha una tapa. La levanta. Anda unos pasos hacia la esquina, vuelve a meter el gancho, y engancha otra tapa, que levanta igualmente. Ya ha abierto cuatro o cinco pozos…  ¿Cómo acierta ese hombre? Comenta un curioso protegido bajo un paraguas en la puerta de Bejerano.
El misterio tiene explicación: Chano, de otras veces, ha pintado unas señales en las fachadas para saber donde están las tapaderas. No sólo aquí. En todas las tapas que él sabe que hay que levantar. En la calle Caraza, en el Retortillo… Chano es de poco hablar, y ya se ha ido en su coche, a levantarlas.
Y lo extraordinario, lo maravilloso, si me lo permiten, es que Pepe es el Alcalde y Chano es el concejal de obras, que levanta las tapas del alcantarillado con su gancho, y gracias a las marcas que él mismo ha hecho. Extraordinario sin duda.
Aunque se acaba de jubilar, Chano sigue llevando las herramientas en el maletero de su coche. Y sigue sabiendo dónde están los puntos débiles, las tapas qua hay que levantar. Y no solo del alcantarillado. Quizás todavía tenga marcadas las fachadas.
Chano ha sido concejal de su pueblo. Ni más ni menos. Un pueblo por cierto, bastante desagradecido, con respecto a Sebastián Verdugo.
Ojalá yo pudiera darte el reconocimiento que tanto parece hacerse esperar. Sé que no te gustan estas cosas, y dices que se hizo lo que había que hacer. De todos modos... Gracias Chano.

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