lunes, 18 de noviembre de 2013

Buscavidas

Dicen que se encuentran dos de Cádiz, y uno le pregunta al otro… ¿Quillo qué?, ¿Cómo va la cosa?... Bien, bien. Este año estoy ensayando con el Canijo…, ya no te veo por la peña…
La cosa, para los de Cádiz, tiene un significado amplio, e incluye el ocio, sobre todo. Sin embargo, si se encuentran dos de Chiclana, y si uno al otro le pregunta por la cosa al otro, seguramente que la respuesta tendrá más que ver con el trabajo que con coplas de carnaval.
Dicen que en Chiclana la gente siempre ha sido buscavidas. Ahora moderno, lo llaman emprendedor. Es cierto que en nuestro entorno, todavía y entre otras cosas, tenemos fama de ser trabajadores y luchadores. Creo que es merecida.
Para ser un buscavidas, debe cumplirse una primera condición: No tener la vida resuelta; esto es, no ser funcionario ( de los que lo ganan bien) o no tener una colocación fija e inamovible en una buena empresa. (esto último ya escasea, y ahora con la reforma laboral, fijo lo que se dice fijo, no está ni el sol).
No tener la vida económicamente resuelta, estar en la cuerda floja, tambaleándose como una muñeca de Marín sobre una tele de plasma, es una condición sin la cual, no es posible ser un buscavidas.
En Chiclana hay mucha menos gente que vive de la hoya grande, en comparación con San Fernando o Cádiz. Está claro, que si alguien está salvado, como decimos aquí, no tendrá ni idea de las actividades que a continuación enumero, a modo de recuerdo…
Primero el campo. La tierra. Durante muchos años, en Chiclana, un hombre como Dios manda, debía dejar en herencia al menos una aranzada a cada hijo. La tierra propia era una garantía de no pasar hambre de solemnidad. La gente solía tener su poquito de huerto, sus dos o tres frutales…, se sembraba para el consumo de la casa. Y los excedentes se intercambiaban con vecinos o se vendían. Si paseabas por las calles de Chiclana, era frecuente encontrar casapuertas ocupadas por dos o tres cajas de madera, jaula o jabla, con patatas, tomates, pimientos, cebollas, frutas del tiempo o productos del cortinar; ya saben, sandías y melones. Recuerdo que en algunas casas las papas o los melones invernizos se guardaban debajo de la cama. El padre, en la mesa, cuando se estaba terminando de comer, mandaba a uno de los niños a coger un melón… cógelo dulce, que tenga cama y el rabo seco…
Pero no todos tenían su pedacito para producir lo justo. El buscavidas no tenía garantizada la peoná diaria, ni tenía lo suyo para sembrar. El buscavida tenía la calle para correr, y para ser “emprendedor”.
En una moto con cerones de esparto, con una gorra raída por casco, el buscavida sale todas las mañanas. Hoy, muy temprano, al pago del humo, a la dehesa la boyá. Sabe de otras veces, el sitio para coger un saco de tagarninas un par de macetas de espárragos, o palmitos. Cuando es el tiempo, coge dos o tres cubos de higos de tuna.  Él es un hombre serio, tosco quizás, y no tiene don de gentes. Por eso su mujer es la que se encarga de vender, de poner las cajas en la casapuerta, o de visitar a algunas vecinas, y ofrecerles la mercancía que acaba de traer su marido. Desde hace unos meses, parece que se ha puesto de moda, Ella hace una rifa de cartitas. Las compra en el estanco de mamí. Con la rifa saca más que vendiendo, y las vecinas compran la cartita no sin antes preguntar a quién le tocó ayer… ¿ Otra vez la parmicha?... ¡Joé que suerte tiene la gente!...
El buscavidas va a rebuscar la uva, después de la vendimia y con el permiso del dueño; o puede ir a coger piñas, que da trabajo todos los años para una o dos semanas. Las pagan bien, pero subirse a los pinos con cierta edad… no es fácil esto de buscarse la vida, piensa nuestro personaje imaginario, de vuelta con los serones cargados de piñas, cansado y sucio, lleno de resina de los pinos y de arañones, sobre su moto, a la que tiene que ayudar con grandes zancadas para subir alguna que otra cuesta.
Además del campo, tenemos la bendición del mar. De los caños y de las salinas. De las marismas. Hoy día todo está prohibido. Pero no hace demasiado, nuestro entorno húmedo, (vivimos en un sitio privilegiado) ofrecía casi tantas posibilidades para el buscavidas, como el campo. Un amigo que trabaja en la bazán le ha hecho a nuestro personaje un rastro. Un enorme rastrillo, con púas de quince centímetros y con un receptáculo de red. Con agua por la cintura, en el caño, el buscavidas arrastra el fondo de fango cuatro o cinco metros. Después, lava el rastro y escoge las cuatro o cinco almejas que ha cogido.  Cuando la marea baje más va a coger unas bocas. No  le gusta demasiado meter el brazo hasta el hombro en el agujero del cangrejo violinista, pero las bocas las pagan bien. La semana pasada echó las camaroneras, y con el nuevo aguaje, volverá a poner las cangrejeras. Tendrá que ir a la plaza a pedir carná a los de los puestos de pescado. Antes iba a coger chocos con el pinche, de noche, a Sancti Petri o a la Barrosa, en la primera pista… Ya no hay de ná… Está todo esquilmao... Dice y dirá siempre que le pregunten… ¡Cada vez hay más gente!... ¡La cosa está fatal!...
Se queja el buscavidas. Con razón y de corazón… Hoy parece que ha sacado el jornal. Mañana veremos… Entre las cuatro cosas que hace y la ayuda…
Después dirán que hay economía sumergida… Sumergido en fango o en lo alto de un pino está el buscavidas, que por cierto, saca lo justo para comer y echarle gasolina a la moto.

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