lunes, 18 de noviembre de 2013

Qué edad más tonta

Cuando las hormonas comienzan a hacer de las suyas, cuando cambia la voz, o se ensanchan un poco las caderas; cuando se pega el estirón, pero todavía queda todo por aprender, entonces, se dice que estamos en la edad del pavo. No puede definirse mejor la adolescencia, qué inteligente es el lenguaje, que alude a ese tonto animal: el pavo.
Un adolescente es un incomprendido por definición. Es lógico. No puede comprenderse lo que no está todavía del todo definido. Y es que, a estas edades, supongo, nos estamos terminando de cocer, y no nos conocemos ni a nosotros mismos. ¡A ver por dónde sale el niño! Piensa la madre para sus adentros, mirando al niño, que tiene ya un cuarenta y dos de pies, la cara llena de barrillos y la voz ronca.
Dicen que la juventud es la única enfermedad que se cura sola, con el tiempo. Y lamentablemente es así. Pero no debemos olvidar que todos, todos, hemos pasado por la edad del pavo. Y por lo tanto, si hacemos un poco de memoria,  quizás comprendamos mejor a los chavales de hoy:
En octavo de EGB, las niñas solo pensaban en los niños, y en amores platónicos… y los niños solo pensaban en las niñas, y en el fútbol, y en el baloncesto… se jugaba en la calle, o simplemente se salía y se daba una vuelta, en la barriada, en los bloques, o en el mercadito de lora, si vivías cerca del centro. A esa edad, podíamos estar horas sentados en un escalón, hablando o escuchando música.
En mi barriada, en cierto momento, se puso de moda el Brake-Dance.  No recuerdo quién, solía traer un gran radio casete de dos pletinas. Se ponían cartones en el suelo, y mientras sonaba la música, en plena calle, sobre los cartones, se hacían piruetas… El Brake tenía su ciencia, y solo unos pocos eran capaces de bailarlo, mientras los demás preferíamos mirar. El Top-Rock era el baile preparatorio, el balanceo inicial a ritmo de la música. Un Indian Step, un Salsa Step… una cuestión de estilo. Pero lo alucinante eran los potros, los ejercicios de suelo, y los molinillos sobre el costado o sobre la cabeza… Los adultos de entonces pensaban que estábamos locos… pero solo hacíamos lo que hacen todos los adolescentes: llamar la atención y hacernos ver.
A esas edades solías preocuparte un poco más por la estética. El que más o el que menos trataba de ser transgresor con su apariencia. Entonces para diferenciarse estéticamente  había que ser menos radical que hoy en día. Aunque la intención era la misma, bastaba con dejarse el pelo largo, o ponerse pantalones rotos, si era lo que se llevaba, o un pendiente, si eras capaz. Observo que hoy en día, para llamar la atención, hay que hacer un mayor esfuerzo, y ponerse  un piercing  o un tatuaje… mientras que antes bastaba con quitarse la raya al lado y peinarse para atrás. El resultado era el mismo, y a diferencia de los tatuajes, luego no te arrepientes.
No quedábamos para salir. No teníamos móviles, ni por lo tanto WhatsApp. La verdad, es que no sé qué hacíamos con tanto tiempo libre y sin móvil; sin tener que estar continuamente con los dedos sobre el teléfono, o sentados en un rincón con el ipad.
Aunque los tiempos han cambiado, si lo meditamos, en el fondo, éramos iguales. Igual de inseguros, igual de inexpertos, igual de ingenuos…
Cuando los de  mi generación estábamos en la edad del pavo, los mayores te decían que debías estudiar. Que debías esforzarte, y aprender un oficio, y ganarte la vida… Nuestros padres lo habían pasado regular en su infancia. No habían bailado Brake-Dance, ni tenido acceso a la educación, ni a la formación… puede que tampoco a la cultura o al ocio tal y como lo entendemos hoy.
Recuerdo que se nos convenció que si nos esforzábamos, nos esperaba un futuro maravilloso. Recuerdo que  nos decían, que nuestro futuro sería mejor que el suyo. Nosotros pudimos acceder a eso que se llama el estado del bienestar, y que ahora parece que desaparece.
Pero ahora, cuando todo se tambalea, en esta crisis, por primera vez,  parece que los hijos están peor que sus padres.
Podemos encontrar que los abuelos tienen una pensión, que les permite vivir; o incluso se han prejubilado y tienen una pensión magnífica desde los cincuenta y cinco años; pero en cambio,  el padre o la madre o están parados o trabajando en precario… y por menos que algunas buenas pensiones. Pero parece que lo peor está por venir: ¿Y los hijos?, peor: en el instituto, y con un futuro incierto…
La edad del pavo es por definición una edad complicada. Pero si en esa edad, lo que escuchas en todo momento es hablar de crisis, de futuro incierto, de paro, de que no merece la pena estudiar para tener que irse luego al extranjero… si al desajuste hormonal le sumamos semejante desajuste social, y una buena dosis de incertidumbre, apaga y vámonos. Hoy más que nunca, hay que esforzarse por comprender a los adolescentes y en trazarles algunas expectativas de futuro. Aunque estén en una edad muy tonta, más tonto y más absurdo es el tiempo que les ha tocado vivir.

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