sábado, 30 de noviembre de 2013

Cráneos de Corvina y Pulseras Magnéticas

¡El miércoles estaban en la plaza las corvinas a tres euros el kilo!... y frescas. Compré un par de ellas, de casi dos kilos y las hicimos al horno. Buenísimas.
                Después de comer, todavía en la mesa, abrí el cráneo de las corvinas y saqué dos pequeños huesecitos de cada cabeza. Como dos medias habichuelas, duras, de un blanco intenso y brillante. ¿Sabéis que es esto?, les dije a mis niños que miraban interesados. Son cráneos de corvina. Quitan el dolor de cabeza y dan buena suerte…
                Los niños me miraron como si me estuviese quedando con ellos. Pero, cogimos el ipad, y le preguntamos a San Google, que lo sabe todo: El otolito de corvina, que es como se dice en fino, es un amuleto relacionado con la gente del mar, y propio de la costa atlántica peninsular, de Algeciras a Faro y Sagres; sobre todo del golfo de Cádiz. Se cree que es un amuleto antiquísimo: En el poblado fenicio de Doña Blanca se encontraron entre los enseres personales de algún gaditano de hace tres mil años.
                Recuerdo que antes era frecuente llevar un cráneo de corvina engarzado con un hilo de oro o de plata y colgado al cuello. Principalmente los hombres. Ahora se ve menos, porque las camisas se llevan cerradas; y porque, no me digan que no, antes se enseñaba más el pelo en pecho, y de paso, los colgantes. Hoy se lleva depilarse y la bisutería de diseño. Tampoco está mal, cuestión de modas.
                Si verdaderamente el cráneo de corvina tiene o no propiedades curativas, es lo de menos. Lo increíble, lo maravilloso, es que durante más de tres mil años, nuestros antepasados lo han creído firmemente. Y los han llevado en un saquito, o se los han colgado al cuello. Quizás haya sido también un símbolo de identidad propio de nuestra bahía. Quién sabe. Pero, no me digan que no, es interesante encontrar un hueso dentro de la cabeza de un pescado, y poder acordarte de tus ancestros, y remontarte tanto tiempo atrás.
                La corvina no se vendía siempre entera. En los ochenta, el pescado se comía sobre todo frito; que por cierto, es como está bueno. No se hablaba del colesterol y se sabía freír el pescado mejor que ahora. Pacuqui cortaba las corvinas en rodajas, para freír, partía las cabezas en dos, y reservaba los huesecitos del cráneo. Recuerdo que él también los llevaba, colgados de una cadena de oro que se veía bajo una camisa de flores de colores estridentes casi totalmente desabrochada. En invierno, un pañuelo al cuello, un purito, y el sentido del humor de la Parmicha. ¡Qué grande Pacuqui!...  La gente, comprara o no, preguntaba a su pescadero si tenía cráneos de corvina. Y si no tenía, le hacía el compromiso de guardarle un par de ellos. Después se llevaban a casa de Cristóbal Benítez, que las abrazaba en oro o en plata. Sabe Dios cuántos cráneos de corvina engarzó Cristóbal en su joyería, en ese mostrador chiquitito que los joyeros siempre tienen en la trastienda…
                En los ochenta proliferaron las imitaciones modernas del cráneo de corvina. ¿Recuerdan ustedes aquellas pulseras metálicas, teóricamente imantadas, que eran como argollas abiertas y terminadas en dos bolitas?  Fueron fabricadas por una empresa española llamada Bio-Ray, y adquiridas por millones en todo el mundo. Se decía que mejoraban dolores, reumatismos… Sobra decir que no había ningún trabajo científico serio que hubiera demostrado su utilidad. Pero el que la llevaba, siempre decía que le iba bien. Y no podía decir otra cosa sin quedar en ridículo, después de haber invertido cerca de diez mil pesetas en un trozo de metal.
Aquellas pulseras eran un invento mucho más caro que los cráneos de corvina… y no las llevaban nuestros antepasados…
Otros amuletos se han ido poniendo de moda desde entonces. Es cierto, que a veces aparece un objeto, y por arte de magia, nos da por él, y se vende por millones.  Pulseras de hilo, de una forma determinada; o de cuero con una maderita colgando… un cascabel que llama a los ángeles, o una telaraña de hilos y plumas que guarda los sueños... De Pandora, de Tous… del Chino… Lo mismo nos venden pulseras de cuero que fundas para el móvil…
Y es que, en definitiva, el adorno, la bisutería y el amuleto, es una costumbre antiquísima y exclusiva de los seres humanos. (Bueno, algunos les ponen joyas a los perros, pero no creo que ellos lo entiendan… los perros tampoco) Y seguirá siendo así. Siempre habrá algún objeto de moda; porque la moda no es más que una superstición pasajera.
Puestos a elegir, imaginándome  cómo era aquel gaditano del poblado de Doña Blanca, hace tres mil años, y los gaditanos marineros que iban a las Américas, y los abuelos que trabajaban en la almadraba… todos ellos con el cráneo de corvina colgado… Puestos a elegir, que me perdonen los diseñadores de bisutería. He guardado cuatro cráneos de las corvinas que nos comimos el miércoles. La voy a llevar a la joyería de Cristóbal… Uno para cada uno… Ya tengo los reyes.
                 
               

lunes, 18 de noviembre de 2013

Mi calle


En la escuela de arquitectura, con veinte años, un día me acordé de mi calle. Un catedrático de postín nos impartió una clase magistral, que así se llama, sobre morfología urbana; y, con un lenguaje forzadamente complicado que todavía no entiendo del todo (creo que nadie lo entiende), nos explicaba lo que era un suburbio: Calles en trama perpendicular, estrechas, de cinco o seis metros, y  parcelas de diez por diez, en las que cada cual se autoconstruye su casa, como puede. Implantación en las afueras, en zonas bajas, a veces inundables, con pocos espacios verdes y casi ningún equipamiento social.  Vaya, el hombre se despachó a gusto. Peor, no lo podía poner…
                ¡Mi Calle!, pensé yo. Mi calle está en un suburbio.
                Yo nací y me crié en Nuestro Padre Jesús. Cuando era pequeño, y me preguntaban dónde estaba aquello, yo siempre decía que en el camino del cementerio. En la soledad. En Chiclana, y en muchos pueblos de Andalucía, de los que aquel catedrático sevillano nunca había tenido noticia, eran normales las barriadas de este tipo. Y créanme, no estaban tan mal. Aquel día descubrí que a veces, los catedráticos no tienen ni idea de lo que hablan, y que como los demás, repiten estereotipos. Cuanto más profundizaba en la descripción de los suburbios, y sentenciaba cómo funcionaban, qué tipos de problemas urbanos se daban, qué carencias sociales existían… cuanto más negro lo pintaba el anciano profesor, más me daba yo cuenta de que no tenía ni idea. Porque, él no había vivido lo que hablaba, y yo sí:
                En mi calle no había casas autoconstruidas, sino casas hechas al gusto de cada uno. No había boquetes, sino hoyos para jugar a las bolas; y no había problemas sociales, sino los problemas de cada uno, que se comentaban abiertamente, como si casi todos fuésemos familia.
                Las puertas de las casas solían estar abiertas, y siempre había una copia de las llaves en casa de alguna vecina. Recuerdo que si llegaba del colegio por la tarde y no había nadie en mi casa, podía coger la llave que estaba colgada en la casapuerta de Manuela, o entrar por casa de mi vecina Loli, y saltar de una a otra azotea. Era normal que las vecinas tomaran café juntas en la cocina de una de ellas; era normal que a media mañana, mi vecina Isabel entrara para comentar a mi madre alguna cosa, mientras pelaba una patata que traía en la mano, y se echaba las mondas en bolsillo del delantal. Era normal que si la hora de comer nos sorprendía en casa de una vecina, nos pusiera un plato de comida como a un hijo más.
                Definitivamente aquel catedrático no tenía ni idea. Aquello era mucho más complejo y más rico de lo que él creía. Bueno, en algunas cosas tenía razón. Zonas verdes no había. Nosotros jugábamos en la huerta de había al lado. E íbamos de expedición al rio, o al pinar prohibido, o a coger moras al árbol que había en la fuente, o a la cantera, o al pozo Piñero.  Se iba mucho la luz, como hoy viernes, y casi nadie tenía teléfono. Pero podíamos dar el teléfono de  Inés. Durante años, mi padre, que trabajaba fuera de lunes a viernes, llamaba todas las tardes a casa de Inés. Inés venía a nuestra puerta, y nos avisaba. Entrábamos en su salón, todos los días, a hablar por teléfono. Ellos seguían cenando, como si tal cosa, y nunca se quejaron, al contrario.  No teníamos teléfono, pero teníamos vecinos… Después las hijas de Manuela recibirían las llamadas en mi casa, durante las milis de sus novios.
                Era normal pedir un vaso de azúcar, o de harina. Recuerdo perfectamente la tarta de zanahoria que hacía Manuela. Era normal dejar a tu hijo con una vecina si tenías que salir. Era normal ayudarse; y también criticarse y enfadarse, supongo. En aquel suburbio chiclanero, igual que en otras calles de Chiclana, había algo que ha desaparecido. No sé qué es. Pero ya no está. Ya no lo veo.
                ¿Y qué me dicen de las noches de verano? Los vecinos sacaban las sillas a la puerta para tomar la fresquita. Yo me sentaba al lado de mi vecino Salvador, que leía una novela del oeste de Marcial Lafuente; o junto a mi vecino Juan, del PCE, que a veces hablaba de política, y que tenía en su casa un cuarto lleno de propaganda, en el que había reuniones.
Me encantaba sentarme con los mayores y escuchar sus conversaciones. Yo era un niño muy curioso y algo entrometido. Me gusta pensar que sigo siéndolo, niño y curioso.
Ahora, veinte años después de aquella clase magistral, y de aquellas palabras rebuscadas del catedrático, estoy todavía más convencido de que se equivocaba. Y de que aunque haya estudiado o leído o viajado un poco; y por más que me esfuerce en buscar, si me paro un poco, y pienso, descubro que soy muy poco más de lo que era entonces. Descubro que soy todavía un niño entrometido sentado a la fresquita, en el escalón de la puerta de su casa.

Difuntos y Tosantos


La fiesta de los difuntos y de los “tosantos” siempre tuvo un importante arraigo en Chiclana. Se compraban los tosantos: castañas, nueves, membrillos… eran días de compota, con clavo, con canela en rama… eran días de flores. Pero sobre todo, durante estas fechas, se recordaba de un modo especial a los que murieron y se les rendía visita en el cementerio.
La otra noche, pude ver por la calle, un grupito de niños disfrazados de brujas y fantasmas, acompañados de algunos padres, llamando a las puertas del vecindario… ¿Truco o trato?, ¿Truco o trato?, le dijeron a una agradable señora que abrió la puerta. Ella, con cara de no tener ni idea, pero con una sonrisa, le dijo a uno de los padres, ¿esto qué es titi?, ¿Carnaval?... No, no, señora… las cosas de los niños…Y de los padres, añadiría yo.
Es increíble con qué facilidad cambian las costumbres pasajeras y las modas; pero, más increíble todavía es lo fácil que parecen olvidarse tradiciones mucho más arraigadas, y de profundo significado. Porque, la fiesta de Halloween, de origen Irlandés, y sobre todo, fiesta americana, del norte, no tiene nada que ver con nosotros.
No tengo nada en contra de las nuevas tradiciones; allá cada cual. Pero, sí me jode un poco ver cómo se desdibujan algunas de nuestras señas de identidad, simplemente cambiándolas por otras que nos son ajenas. Sobre todo, aquellas tradiciones que tienen tanto que ver con la vida y con la muerte, que no dejan de ser lo mismo.
Me crié relativamente cerca del cementerio, y recuerdo haberlo visitado con cierta frecuencia. Cuando se acercaba la fiesta de los tosantos, las mujeres adecentaban los nichos de sus familiares, los limpiaban y encalaban. Iban solas, o en grupitos, madres e hijas, y llevaban un cubo con utensilios para  la limpieza y el encalijo. Había por allí una escalera…
Las lápidas se limpiaban a conciencia, con esmero; y se daba un repaso a las de otros familiares.  Algunas mujeres se imponían de un año para otro, limpiar el nicho de alguien ajeno; sabiendo que no tenía parientes, o que tenía parientes sin memoria, que es peor.
Como las que fregaban cualquier otra cosa, aquellas mujeres frotaban el mármol con fuerza, y cogían otro cubo de agua para enjuagar, limpiando sobre limpio. Luego encalaban los bordes del nicho, fregaban el recipiente de las flores, y ponían flores nuevas. Cuando terminaban, a solas, miraban un ratito la lápida, en silencio, tocándola con la palma de la mano abierta… yo lo veía todo desde la esquina de la calle con los ojos de un niño, y comprendía que aquello era un abrazo.
Un tal Fidel, que tenía una especie de invernadero en el Camino del Cementerio, entre Canicén y el Pinar Prohibido, montaba un tenderete de flores en la puerta del campo santo. En grandes espuertas de goma negra, como las que se usaban por último para vendimiar, se acumulaban ramos y ramos de claveles, rosas… pensamientos…
Antes todos sabían dónde reposaban los restos de sus seres queridos, y las calles del cementerio se conocían…
¿Dónde está tu madre?, le preguntaba una vecina a otra… En la calle de las muchachas del accidente… ¡Ah!, la penúltima a la derecha, ¿No?... Si, en la primera fila…
La primera fila está muy bien ¿Verdad?... Yo prefiero la segunda, porque la primera se ensucia mucho… y arriba no se llega sin escalera.
Todavía parece que escucho, como un niño curioso, hablar del cementerio con semejante naturalidad. Me sorprendo todavía recordando opiniones sobre la mejor ubicación de los nichos, y recuerdo los cuatro o cinco nichos seguidos de aquellas muchachas que murieron en un accidente, con sus caras fotografiadas en las lápidas de mármol, todas del mismo color, todas con la misma letra, con la misma fecha. Todavía lo recuerdo, a pesar de que hace años que no voy por allí.
Hablo, claro está, del cementerio San Juan Bautista, el cementerio viejo para la gente de mi generación. Porque, los que son mayores, situarán el cementerio viejo en el Castillo. El mancomunado, claro está, no existía todavía.
Entonces la gente solía morir en sus casas, y allí eran los velatorios. Las mujeres dentro, y los hombres en la puerta, fumando, y quitándose la gorra para entrar, mostrando la cabeza blanca. La misa se celebraba en la iglesia correspondiente, que tocaba a muerto con el toque lento, propio de difunto. Hace tiempo que no escucho la campana, y que los funerales se celebran en la Victoria.
Por  tosantos, el cementerio relucía en todo su esplendor; el suelo de zahorra, recién regado, sin ninguna brizna de hierba; los nichos limpios, vestidos con flores nuevas, con nuevos propósitos;  la gente paseando, arreglada, en respetuoso silencio, se detienen frente a las tumbas de sus familiares… Las tumbas, los panteones… los cipreses.
Hoy el día invita a dar un paseo. El cementerio estará acicalado y los nichos tendrán flores nuevas.
Quizás no sería un mal plan visitar a nuestros difuntos y llevar a los niños que disfrutaron pidiendo caramelo disfrazados de brujas y momias. No es mal sitio. Quizás no sería mala idea buscar, con los niños, las lápidas de nuestros antepasados; y arreglarlas un poco… y poner unos segundos la palma de la mano sobre el mármol, cuando nadie nos vea.

Chiclaneros de Cantabria


La implantación de montañeses, emigrantes de Cantabria, en la Bahía gaditana, ha sido muy comentada por historiadores y estudiosos.  La capacidad de acogida de la bahía de Cádiz, y sobre todo de la ciudad de Cádiz, está muy relacionada con su papel de puerto redistribuidor de productos coloniales y ultramarinos. Esta pujanza comercial, interrumpida por el bloqueo del puerto por los británicos en 1798, por la posterior invasión francesa y por la emancipación de las colonias de ultramar, se reanudaría y liberalizaría después, en la época Isabelina.
Ya en 1878 la compañía naviera de Vapores y Correos A. López contaba con trece barcos para sus líneas de Santander y Cádiz a Cuba y Puerto Rico.
Muchos montañeses, sobre todo habitantes de pequeñísimas poblaciones encajadas en los altos valles cántabros, con poco porvenir en sus tierras divididas en pequeñísimas parcelas ya ocupadas, venían a Cádiz. Soñaban con América, y muchos de ellos se conformaron con hacer las américas en tierras andaluzas. Otros, de regreso del otro continente, se instalaban junto a nosotros entendiendo que tenían más porvenir en nuestra tierra que en la montaña.
Los montañeses fueron monopolizando el comercio de comestibles y bebidas, montando tabernas y almacenes de ultramarinos. Su modo de implantación, su manera de crecer y prosperar, solía seguir un patrón:
Cuando a un montañés le iba bien en su negocio, y necesitaba ayuda, escribía a su pueblo y se traía a alguien de la familia. El Chicuco comenzaba en la tienda como ayudante. Vivía en la tienda, comía y dormía en la tienda. Los establecimientos solo se cerraban para dormir, y los domingos por la tarde.  Trabajaban como chinos.
Con el tiempo, con los años, el chicuco iba progresando y se convertía en encargado. Después, podía ocurrir, que el dueño, el montañés principal, le cediera la tienda o montara otra tienda a medias. Un socio capitalista y un socio trabajador, al cincuenta por ciento de beneficios.
Una vez que al segundo montañés le iba bien, y necesitaba ayuda, volvía a escribir y a pedir que viniera algún familiar o vecino de su aldea, que comenzaba de nuevo de chicuco, como un círculo sin fin. De este modo, los montañeses  se instalaron junto a nosotros generación a generación. Es difícil entender algunos aspectos de nuestra historia reciente sin tener en cuenta a los chiclaneros de Cantabria.
Centrémonos en la Chiclana de los sesenta y setenta. En los comercios de Luis Marcos Campuzado, o de de Santos Díaz Sieza. Ambos viven todavía. Imaginemos una tienda de ultramarinos de entonces…
El mostrador de madera, con infinitas huellas y arañazos de monedas, de latas y de cajas que se han arrastrado por encima. El género bien ordenado en estanterías antiguas, sacos de arpillera y grandes latas de pimiento molido, con el dibujo de una flamenca desgastado. Carne membrillo, chocolates, detergentes… un bidón lleno de aceite y una maquinilla capaz de bombear la cantidad justa, a cada vuelta de la manivela.  sobre el mostrador unas cajas de mariposas de la marca Virgen de la Milagrosa, unas tiras de papel pegajoso que se utilizan para atrapar moscas, y unas latas destapadas llenas de polvos de colores, con un cazo medio hundido que se utilizaba para servirla. A la derecha el bicarbonato, la sosa y el añil. A la izquierda Achicoria y Malta, para rebujarlo con el café que están en una lata tapada justo al lado.
Casi en el centro del mostrador la báscula de doble platillo, de cobre, muy desgastados y golpeados; con sus pesas respectivas. Hoy son las pesas buenas. Se ha corrido el rumor de que viene el inspector de pesas y medidas. Las de kilo que pesan novecientos cincuenta gramos están guardadas. No habrá problemas. El funcionario inspector de pesas y medidas también es representante de una casa de pimentón. Le vamos a pedir dos sacos de cincuenta quilos.
En medio de todo aquello, conocedor de hasta el último producto, está el montañés; con un lápiz en la oreja, con ganas de ganar dinero, pero sobre todo con ganas de trabajar y con toda la paciencia del mundo…  Sabe mirar por el céntimo, sabe  cuántos cerillos o mariposas hay en cada caja. Quizás llene una caja vacía cogiendo una mariposa de cada una de las cajas llenas…
En el centro del mostrador, por dentro, hay dos cajones. Uno es la caja, de la que entran y salen las monedas contadas. Lo billetes, al bolsillo. En el otro cajón hay una libreta. La libreta de los fiaos…
En Chiclana era habitual que  en una tienda fiaran a una familia durante todo un año, a la espera de la cosecha de la uva. Cuando se cobraba la uva, se saldaba la cuenta… si la cosecha era buena; si no, se dejaba parte para el año siguiente. El abuelo de mi mujer, cuando cobraba la uva y liquidaba con el montañés, una vez al año, compraba una lata pequeña de carne de membrillo. Aquello era toda una fiesta. Todavía habrá alguna lata por ahí, quizás en un cajón, quizás llena de fotografías.
Montar una tienda a medias con otro, dar fiao a su clientela durante todo un año, y llevar ordenada y honradamente las cuentas en la libreta, definen a mi juicio, una personalidad y una manera de ser. La honradez y la enorme capacidad y constancia en el trabajo, definen a nuestros montañeses. Ellos nos trajeron de la montaña su carácter severo y constante, su tenacidad y su paciencia. 
Varias generaciones después, los hijos y nietos de estos primeros montañeses, Calixto, Manolo, Luis, Ana María… pueden seguir presumiendo de su carácter y de sus orígenes, un carácter algo diferente quizás, pero recto y trabajador. Como buenos montañeses.
Ellos siguen haciéndonos mejores, como lo hicieron sus antepasados.

De cine


El cine es un buen lugar para matar la tarde del domingo. En general, el cine es un buen ejemplo de que una ruina bien administrada dura toda la vida. Porque, desde que tengo uso de razón, el cine está en crisis. Que si los videos, que si la televisión, que si internet… siempre habrá un motivo para no ir. Pero, el que disfruta del cine de verdad, el que ha tenido esa suerte, sabe que no hay nada como ver una película en una sala. Sobre todo en una sala de hoy en día; porque, antes era otra cosa…
                El cine moderno estaba en el solar donde hoy está el teatro, y la estatua de Dionisio Montero, que tiene mucho que ver con el teatro y con la cultura en Chiclana, dicho sea de paso. Antes los cines tenían una sala, y una película, y era lo que había. Durante mucho tiempo, en los setenta y ochenta, el cine era una de las pocas formas de ocio que teníamos. Las parejas iban juntas, algunos a las dos sesiones seguidas. Quizás para ver la película, quizás para pasar la tarde, quizás para buscarse en la oscuridad… La butacas, abatibles y apretadas, solo un poco más cómodas que el tendido de una plaza de toros, que ya es decir. El cine moderno tenía un pequeño escenario bajo la pantalla, y dos pisos. La fila de la mitad, la primera de la parte de arriba, era la primera que se llenaba. Se podía fumar y se fumaba. Se comían pipas, se hacían comentarios… y la película se interrumpía a la mitad, en medio de la acción, como si se fuese la luz, para que los espectadores fuesen al servicio, pero sobre todo, para que hiciesen un poco de gasto en el ambigú; un mostrador destartalado, con cuatro quintos de cerveza, algún refresco, paquetes de patatas fritas de la bandera y algunas chucherías.
Las películas se anunciaban sobre algunas esquinas blancas, encaladas, en sitios que todos conocíamos, con un cartel pegado con cola. Pero, en la parte izquierda de la fachada de la plaza, la plaza de abastos de antes, había un marco de hierro, con el fondo de madera, algo estropeado, donde se enseñaba el cartel de la película. Yo lo miraba todos los días, haciendo una pequeña paradita en el camino del colegio, y la imagen de la película me acompañaba de la plaza a los agustinos… unas veces imágenes del espacio, otras de vaqueros… y yo iba al colegio con ET o con el robot de la guerra de las galaxias.
El cine Bailén era algo más moderno que el moderno. O por lo menos así lo recuerdo. Y más grande. Todavía está el local tal cual, supongo que sin las butacas… No les gustará a los vecinos de los pisos de arriba; pero, no es mal sitio para montar algo que tenga que ver con la cultura…
El cine de verano, que se imita ahora con las proyecciones en la playa, o en las plazas del centro, era otra cosa. Sé por mis mayores, que había uno también en la calle Bailén, muy cerca de la iglesia del Santo Cristo… Aquello había sido una bodega, y la sede del sindicato de viticultores del padre Salado, que había montado un colegio cuyo lema era pan para pan, todo para todos… En la calle Iro montaron algunos años seguidos otro cine de verano en una pieza de bodega. No sabría localizarlo, porque aquello ha cambiado. Recuerdo que vi allí, una película de los Hobres G, sufre mamón, devuélveme a mi chica…
El cine que veíamos era americano casi siempre. Las películas españolas, al principio, o eran de niños que cantaban como los ángeles, o más tarde, de tetas. De mayor descubrí que también habían películas españolas buenas… que supongo que pondrían en las capitales, donde tenían más sitios para pegar carteles, y había más cines, y más gente y más de todo.
En esta serie de artículos tiro de memoria y recuerdos. Pero, para recordar cómo era la Chiclana de los ochenta, podemos recurrir al cine. En 1987, desembarcaron en Chiclana Manuel Iborra, Verónica Forqué y Antonio Resines, entre otros. Se rodó en Chiclana, con la intervención protagonista de niños chiclaneros la película Caín… En un pueblo remoto de Andalucía, Chiclana, vive Don Cuco, un joven profesor viudo, que se encarga del curso 5º R, donde están todos los repetidores y vagos del pueblo. Entre ellos está Caín, un niño que vive en su propio mundo, interesado solo por los animales… La película es tan de verdad, es tan espontanea, que tuvo problemas con las distribuidores, que propusieron al director que subtitulara a los niños, porque hablando en chiclanero, en las capitales no se les entendía...
Si se trata de recordar la Chiclana reciente, os propongo que esta tarde, sin que sirva de precedente, en vez de ir al cine veamos Caín, y recordemos juntos lo que éramos. Está en youtube, buscando con Cain Manuel Iborra. Se ve bien, y seguro que la mayoría de nosotros entenderemos a los niños, por muy rápido y por muy en chiclanero que hablen.
Otro día iremos al cine, preferentemente entre semana, que es más barato, y la cosa está muy mala.

... Un campito en Chiclana


¿Tú eres de Chiclana?, le dije a un colega que acababa de conocer. No, yo vivo en Cádiz, pero mi padre tenía un campito en Chiclana.
                En alguna medida, mi reciente colega se considera chiclanero. Me contó que de niño pasaba los veranos y muchos fines de semana en su campo, en el Pago del Humo. Descubrimos que compartíamos recuerdos de infancia, aunque no nos conocíamos. De aquella agradable conversación surgen estas líneas…
                Chiclana ha sido desde siempre un pueblo que ha tenido que apañárselas solo. Sin ejército, administración o industria, nuestro único capital siempre fue la necesidad, de la que hemos tenido la capacidad de hacer virtud.  Antiguamente, obligados por esta necesidad, había que tener un trozo de tierra, para completar con el producto de ésta lo poco que se ganaba. Mi amigo Pepe Mier lo dice muy bien, cuando evoca que entonces, en Chiclana se echaba la peoná y el rato. Es decir, se iba a trabajar a sueldo a las tierras de otro, por cuenta ajena; y luego, robándole horas al día, se echaba el rato en lo de uno.  El afán de cualquiera era poder dejar en herencia un trozo de tierra a cada hijo. Era lo que había.
                Más modernamente, cuando los sueldos se fueron dignificando, en el campo de cada uno se sembraba pero también se disfrutaba. Trabajadores de Astilleros y otras grandes empresas de la bahía, muchos de ellos venidos de la sierra o de la Janda, y que no terminaban de adaptarse a vivir en un piso en Cádiz, se compraron un campito en Chiclana.
                A principios de los setenta se parcelan muchas tierras, ya históricamente muy divididas; en el pago del humo, en el marquesado o en el sotillo. Comprarse una parcelita vacía era asequible para una clase trabajadora con un sueldo estable, y que aspiraba a mejorar. Aunque esto es mucho más antiguo, creo que en estos años toma fuerza el papel de Chiclana como municipio de veraneo o de segunda residencia en la bahía.
                Y digo residencia, porque los campitos fueron evolucionando. Tanto, que ahora se llaman chalés.
 Entonces, se comenzaba con un cuarto para los tiestos. Junto a la hilera de tomates y pimientos manchados de azufre, junto al cortinar o entre los ciruelos y la higuera, se levantaban cuatro paredes  y un techo, que servían también como “paraero”. No hacía falta más. Se iba a casa de López, de Vipren o de Román, y te daban los materiales fiaos, avalados solamente la confianza, que no es poco. Se asumía el riesgo de vender fiado, y el trabajo de cobrar poco a poco; y de este modo, además de ganar dinero, lógico, ayudaron a muchos.  Para levantar el cuarto siempre había gente. En fines de semana, amigos y familiares se ayudaban, gracias a otra buena cualidad de los chiclaneros: el hoy por ti y mañana por mí.
                Por este método autárquico, dentro de una ilegalidad leve y consentida socialmente, ha sido construida la mayor parte de la superficie de Chiclana. Muchas zonas se han legalizado, y se han dotado de servicios en las últimas décadas: Casi toda la playa, mogarizas, las rapaces… Otra gran parte, se ha pretendido regularizar recientemente mediante el Plan A, el Plan Anulado; y, hora se dice que habrá un Plan B. Aunque la verdad, los que tienen que decidir no deciden, o lo que es peor, prefieren ocuparse de otras cosas.
                La ley del suelo Andaluza de 2003, se equivocó al decir que en Andalucía no había casas en el campo. Porque, a diferencia de la ley anterior, que permitía construcciones de viviendas en Suelo no Urbanizable, se prefirió creer que bastaba con prohibir, para que desapareciera una costumbre y una tradición muy arraigada en toda Andalucía. No debe enfrentarse la ley a la costumbre de un modo tan pueril. Solo se generarán conflictos y situaciones difíciles de gestionar.
                La Junta de Andalucía parece rectificar. Porque teniendo una ley del suelo que no permite las viviendas en el campo, ha creado otra ley para regular la dotación de servicios básicos a estas viviendas que no existen. Esto podría calificarse como una actitud un poco esquizofrénica, Pero creo firmemente que la nueva ley está bien, y que permitiría, si los Ayuntamientos hacen su parte, desbloquear problemas de abastecimiento de servicios básicos a muchas personas que no los tienen. Esta es una cuestión diferente y más urgente que la política territorial. Aunque debemos asumir que nos hemos cargado gran parte de nuestro territorio, sobre todo en el litoral.
                En cualquier caso, la verdad es que ya apenas existen campitos: donde estaban sembrados los tomates y los pimientos, alguien puso césped, u hormigón impreso. Donde estaba la higuera, que ocupaba mucho sitio, alguien hizo una barbacoa. Donde había una manguera para regar y refrescarse, o un pilón, ahora hay una piscina. Y  donde había un cuartito y un paraero, hay un chalé con tejitas.
Y lo que es más importante, donde había una persona que iba al campo sabiendo que iba al campo; donde había una persona que se conformaba con un cuartito junto a sus tomates; ahora hay un ciudadano, hipotecado hasta las cejas, que exige servicios públicos básicos como los demás. Y tiene razón.
               





Qué edad más tonta

Cuando las hormonas comienzan a hacer de las suyas, cuando cambia la voz, o se ensanchan un poco las caderas; cuando se pega el estirón, pero todavía queda todo por aprender, entonces, se dice que estamos en la edad del pavo. No puede definirse mejor la adolescencia, qué inteligente es el lenguaje, que alude a ese tonto animal: el pavo.
Un adolescente es un incomprendido por definición. Es lógico. No puede comprenderse lo que no está todavía del todo definido. Y es que, a estas edades, supongo, nos estamos terminando de cocer, y no nos conocemos ni a nosotros mismos. ¡A ver por dónde sale el niño! Piensa la madre para sus adentros, mirando al niño, que tiene ya un cuarenta y dos de pies, la cara llena de barrillos y la voz ronca.
Dicen que la juventud es la única enfermedad que se cura sola, con el tiempo. Y lamentablemente es así. Pero no debemos olvidar que todos, todos, hemos pasado por la edad del pavo. Y por lo tanto, si hacemos un poco de memoria,  quizás comprendamos mejor a los chavales de hoy:
En octavo de EGB, las niñas solo pensaban en los niños, y en amores platónicos… y los niños solo pensaban en las niñas, y en el fútbol, y en el baloncesto… se jugaba en la calle, o simplemente se salía y se daba una vuelta, en la barriada, en los bloques, o en el mercadito de lora, si vivías cerca del centro. A esa edad, podíamos estar horas sentados en un escalón, hablando o escuchando música.
En mi barriada, en cierto momento, se puso de moda el Brake-Dance.  No recuerdo quién, solía traer un gran radio casete de dos pletinas. Se ponían cartones en el suelo, y mientras sonaba la música, en plena calle, sobre los cartones, se hacían piruetas… El Brake tenía su ciencia, y solo unos pocos eran capaces de bailarlo, mientras los demás preferíamos mirar. El Top-Rock era el baile preparatorio, el balanceo inicial a ritmo de la música. Un Indian Step, un Salsa Step… una cuestión de estilo. Pero lo alucinante eran los potros, los ejercicios de suelo, y los molinillos sobre el costado o sobre la cabeza… Los adultos de entonces pensaban que estábamos locos… pero solo hacíamos lo que hacen todos los adolescentes: llamar la atención y hacernos ver.
A esas edades solías preocuparte un poco más por la estética. El que más o el que menos trataba de ser transgresor con su apariencia. Entonces para diferenciarse estéticamente  había que ser menos radical que hoy en día. Aunque la intención era la misma, bastaba con dejarse el pelo largo, o ponerse pantalones rotos, si era lo que se llevaba, o un pendiente, si eras capaz. Observo que hoy en día, para llamar la atención, hay que hacer un mayor esfuerzo, y ponerse  un piercing  o un tatuaje… mientras que antes bastaba con quitarse la raya al lado y peinarse para atrás. El resultado era el mismo, y a diferencia de los tatuajes, luego no te arrepientes.
No quedábamos para salir. No teníamos móviles, ni por lo tanto WhatsApp. La verdad, es que no sé qué hacíamos con tanto tiempo libre y sin móvil; sin tener que estar continuamente con los dedos sobre el teléfono, o sentados en un rincón con el ipad.
Aunque los tiempos han cambiado, si lo meditamos, en el fondo, éramos iguales. Igual de inseguros, igual de inexpertos, igual de ingenuos…
Cuando los de  mi generación estábamos en la edad del pavo, los mayores te decían que debías estudiar. Que debías esforzarte, y aprender un oficio, y ganarte la vida… Nuestros padres lo habían pasado regular en su infancia. No habían bailado Brake-Dance, ni tenido acceso a la educación, ni a la formación… puede que tampoco a la cultura o al ocio tal y como lo entendemos hoy.
Recuerdo que se nos convenció que si nos esforzábamos, nos esperaba un futuro maravilloso. Recuerdo que  nos decían, que nuestro futuro sería mejor que el suyo. Nosotros pudimos acceder a eso que se llama el estado del bienestar, y que ahora parece que desaparece.
Pero ahora, cuando todo se tambalea, en esta crisis, por primera vez,  parece que los hijos están peor que sus padres.
Podemos encontrar que los abuelos tienen una pensión, que les permite vivir; o incluso se han prejubilado y tienen una pensión magnífica desde los cincuenta y cinco años; pero en cambio,  el padre o la madre o están parados o trabajando en precario… y por menos que algunas buenas pensiones. Pero parece que lo peor está por venir: ¿Y los hijos?, peor: en el instituto, y con un futuro incierto…
La edad del pavo es por definición una edad complicada. Pero si en esa edad, lo que escuchas en todo momento es hablar de crisis, de futuro incierto, de paro, de que no merece la pena estudiar para tener que irse luego al extranjero… si al desajuste hormonal le sumamos semejante desajuste social, y una buena dosis de incertidumbre, apaga y vámonos. Hoy más que nunca, hay que esforzarse por comprender a los adolescentes y en trazarles algunas expectativas de futuro. Aunque estén en una edad muy tonta, más tonto y más absurdo es el tiempo que les ha tocado vivir.

Memoria para Soñar, 4 de 4

Este es el último de una serie de cuatro artículos dedicados a lo mismo.  Más sería demasiado. He mostrado imágenes en las que el rio era protagonista de la ciudad, y en las que se intuía una verdadera transformación del centro, ligado y volcado sobre un rio vivo, con barcos, con gente. Hemos recordado nuestra historia industrial reciente, de Remigio a Polanco, de Parrita a Tubos Reunidos… Nos hemos arrepentido juntos de arrancar las viñas, y de cambiarlas por chalets, y de olvidar el campo, o casi olvidarlo…
En definitiva, en los tres últimos domingos, y hoy también, he pretendido dejar caer el mismo mensaje: Que podemos y debemos encontrar claves, en nuestro pasado reciente, que nos ayuden a superar la actual situación de incertidumbre y de crisis. Porque crisis significa cambio, y que Chiclana está pasando una racha de cambio y de transformación, a estas alturas, me parece incuestionable.
Hablando del campo, la semana pasada no dediqué el tiempo que merece a los esteros, las salinas, las marismas… el parque natural vamos, que ocupa casi la cuarta parte noroeste de nuestro término municipal. Las salinas están hoy en día poco aprovechadas. De acuerdo que son un parque natural, de acuerdo que es necesario conservarlo para generaciones futuras… de acuerdo, pero, ¿Seguro que no podemos sacar más provecho de las salinas? ¿Seguro que no puede este espacio natural, en equilibrio y de manera sostenible como se dice ahora, producir un buen número de puestos de trabajo?
Recuerdo acompañar a Sebastián a tomar marea a la Borriquera. Él iba todos los días, solo para abrir o cerrar una compuerta aquí o allá. Él comprendía aquel laberinto de agua y de tierra ocupada por cepinas…
Recuerdo cuando venían a la puerta de mi casa vendiendo lisas de estero en un barreño después de un despesque. ¡Son de estero!, decía aquella señora, y todo estaba dicho. Aquello era señal de calidad para nosotros, era una marca… Hoy podría ponerse en valor esa marca, con esas cosas más modernas; que a lo mismo que decía aquella señora, lo llaman ahora, denominación de origen.
¿Y qué me dicen de la sal? ¿De la sal de espuma, de la flor de sal…? Otro día dedicaremos un domingo a recordar juntos las salinas y los salineros… los niños y niñas con pocos años trabando de pulguitas, como minúsculos arrieros…
La sal es otro de nuestros potenciales… uno de tantos.
Pero hablando de potencialidades, y para cerrar esta modesta serie, creo que si hay algún sector, alguna actividad que puede generar todavía mucho más trabajo del que genera, y mundología, y cosmopolitismo a nuestra ciudad, (que todo es necesario) es el sector servicios, el turismo vamos. Hace unos días comentaba con un amigo extremeño lo que ahora tanto se comenta: Que la cosa está fatal. Que la crisis nunca termina… que Chiclana está parada…  que no hay por dónde tirar… Ya saben, eso que hacemos ahora tanto, de caer en lamentaciones…
¿Qué aquí no hay por dónde tirar? Me dijo el extremeño casi enfadado. Y es difícil enfadar a un extremeño, créanme… En mi pueblo sí que no hay nada.
Ya quisiéramos en mi pueblo tener turismo, once mil camas de hoteles de cuatro y cinco estrellas. Lo que os pasa en Chiclana, me dijo el extremeño, es que habéis ganado últimamente el dinero demasiado fácil. Y todavía no habéis aceptado que ahora hay que ser más imaginativos, y que hay que remangarse mucho más… que hay que sacar provecho de aquello que antes no merecía la pena, porque no se ganaba casi nada, en comparación con la promoción, la construcción, los “chaleres” y el trato…
¡Touché! (Siempre es bueno escuchar a un extremeño enfadado)
Aunque todos los chiclaneros no se han dedicado a lo mismo. Aunque como es lógico, cualquier generalización no deja de ser una equivocación… la verdad es que hay mucho de verdad en esta extremeña y extrema opinión.
Es verdad que hay que sacar mucho más provecho del turismo, traer a los turistas al centro. Pero no solo físicamente, que también. Hay que conseguir que gasten aquí, en nuestra economía local. Hay que prestarle servicios, ofrecerles excursiones, visitas al parque natural, ocio, cultura… hay que conectar el Novo Sancti Petri con el centro con un transporte público, atractivo, moderno, quizás un mono-raíl del siglo XXI, quizás el tranvía…
Hay que copiar. Recuerdo en Mijas, una tienda que solo vendía velas decorativas, un paseo en burro…
Aunque está claro que nuestro principal atractivo es la playa. (Que por cierto hay que cuidar con todo el celo posible) Debemos ofrecer, y si es necesario inventarnos, otros atractivos turísticos, que tengan que ver con nuestra cultura del vino, de la sal, de los esteros… que tenga que ver con nuestro cante y baile, con el toreo, con nuestros monumentos y nuestra historia… no nuestra época romántica… que tengan que ver con el parque natural, con la observación de aves, con las excursiones en barco, con nuestro pasado Fenicio, con la mitología, con el templo de Hércules…  Hay que sacar a los turistas del Novo. Hay que ir a por ellos, y traerlos en un moderno tranvía o en autobuses gratuitos… Hay que estrujarse la sesera para demostrar a mi amigo el extremeño, y sobre todo a nosotros mismos, que somos capaces de aprovechar que en nuestra ciudad existan once mil camas de hotel.
Ahora que se puede dibujar de nuevo... Turismo, por favor… Debemos buscar fórmulas para diversificar nuestra economía… Debemos recuperar la ilusión. Es urgente soñar. Sueñen. Sueñen. Pero no se duerman.



Memoria para Soñar, 3 de 4

Partir de un recuerdo para pensar en el futuro. Imaginar, emprender… vuelvo hoy a insistir en lo mismo, aun a riesgo de ir resultando algo pesado.
El campo, la agricultura, forman parte de nuestra memoria, de nuestro pasado. La viña fue la protagonista de nuestra economía durante décadas. Y también la huerta, y las salinas, y los esteros… No hay que remontarse mucho en el tiempo, para descubrir una Chiclana basada en el sector primario, con una economía sencilla, sin pelotazos inmobiliarios …
No pretendo idealizar una sociedad del pasado, llena también de injusticias sociales, de jornaleros dependientes de señoritos que ejercían su poder, algunos con más sentido de la justicia que otros, viviendo en un sistema injusto por definición… Pero, lo cierto es que el campo era y es agradecido; y, la tierra produce lentamente, con infinita paciencia, nuestro sustento. Ese sustento que hoy parece tan difícil de garantizar, a pesar de los espejismos de ladrillo. Además, una cosa no quita la otra. Es conveniente un modelo productivo mixto, que tenga turismo, ladrillo y también agricultura… Es bueno no poner todos los huevos en el mismo cesto.
Recuerdo la vendimia de mi infancia. Los remolques cargados de uva pasando lentamente por el centro, los niños corriendo tras ellos para atrapar algún gajo… el olor, que impregnaba la ciudad durante días… Antes, según me cuentan, la uva se llevaba a los bodegueros, que pagaban, el producto de la viña de los malletos, que habían sido capaces de recoger una cosecha más, dejando fiao el azufre, y con una cuenta pendiente, esperando la vendimia, en el establecimiento del montañés.
En una época en la que los bodegueros locales no garantizaban la recogida de la uva los viticultores se habían organizado en cooperativa. Heredera de la Asociación de Viticultores Chiclaneros, fundada por el padre Salado, y presidida en su momento por Andrés Torres, que escribió en el treinta y uno varios artículos muy interesantes con el pseudónimo de “un viticultor Chiclanero”. Y que ayudan a entender la peculiar manera en la que Chiclana se incorporó, no del todo, al marco de Jerez.
Más recientemente, en los setenta, era normal en cualquier casapuerta de Chiclana, un par de cajas de madera llena de productos de la huerta, o de patatas, o de sandías y melones, que los vecinos cultivaban y vendían. La agricultura sostenía una micro-economía, de subsistencia diría yo. También había en nuestro término municipal explotaciones  extensivas de cereal, de remolacha…  Seguramente en aquellos años, nos verían desde fuera como un pueblo agrícola; y así nos sentíamos.
En los ochenta y los noventa, pasó ayer mismo, lo más rentable que se podía hacer con una viña era arrancarla. Si arrancabas tu viña, si cortabas de raíz el trabajo de años, si olvidabas el esfuerzo pasado y renunciabas a vendimias futuras, te daban dinero. Y mucho.  Soy capaz de imaginarme a un chiclanero de entonces, con cuarenta vendimias en sus riñones, tratando de entender lo que debía hacer. Tomando finalmente una decisión incomprensible para él, convencido por sus hijos, a cambio de dinero. Dicen que algunos lloraron, quizás por primera vez, al oír troncharse las cepa… los tiempos cambian… el campo no es rentable…
Este año se ha pagado el kilo de moscatel a un euro. Una bodega de Sanlucar pagaba un euro con veinte. Ahora, un buen remolque de uva se paga mejor que un metro construido de chalet, que son vendidos por los bancos a precio de saldo.
… A ver si a algún lumbreras de Bruselas se le ocurre pagar subvenciones por tirar chalets para poner viñas…
El suelo no urbanizable, debido al fenómeno de la vivienda irregular sobre todo, es percibido como un problema de Chiclana. Pero, es el momento de cambiar esta percepción. Es el momento de hacer balance, y ver dónde estamos. Qué nos queda. El campo no es el problema, sino una de las oportunidades de futuro. Es urgente realizar un inventario, un estudio de la capacidad de acogida de agricultura y ganadería que tiene todavía nuestro término municipal. Una agricultura del siglo XXI, especializada, ecológica… un sector primario moderno, que se constituya como un motor más, junto con el sector servicios, la industria, las salinas y esteros, el turismo…
Un sector primario que puede también incitar la implantación de pequeñas industrias agro-alimentarias. Una ganadería innovadora, una huerta ecológica, un pescado de estero, flor de sal, piñones, vino… 
Ahora que se puede dibujar de nuevo... Sector primario, por favor… Debemos buscar fórmulas de diversificar nuestra economía, de aprovechar nuestra tierra de una manera sostenible, de volver a tener garantizada la peoná, y hasta el rato… Debemos recuperar la ilusión. Es urgente soñar. Sueñen. Sueñen. Pero no se duerman.


Memoria para Soñar, 2 de 4


La semana pasada imaginábamos un rio recuperado para la ciudad, con barcos, con excursiones al parque natural; y una rivera del marisco en el Iro, turística, a la que venían en tranvía desde Cádiz para comer o cenar… unas modernas torres de cristal… unos sueños…
                De pasada, se dibujó la imagen de dos o tres barcos en el rio, y las carpinterías en la Calle Concepción, y en la esquina con Caraza. Esta imagen, la de aquellas pequeñas y oscuras naves, con el ruido ensordecedor de las sierras, con el serrín flotando en su interior, con el olor a madera…
                Este ejercicio de memoria, me sugiere una reflexión sobre la industria en nuestra ciudad. Aunque su evolución es parecida a la que se ha producido en otras ciudades no industriales, la situación actual presenta ciertas peculiaridades. Y es que, es normal que los usos industriales hayan sido alejados progresivamente de los centros urbanos, buscando suelos más baratos y más alejados, para no molestar a los habitantes de la ciudad. Esto ha pasado en Chiclana, menos en una cosa: no hemos sido capaces de producir suelo industrial barato. En las afueras de la ciudad, si, pero carísimo. Naves a precio de Chalet… Ahora hay muchas vacías.
                Si partimos de nuestra memoria reciente, y recordamos aquellos carpinteros de la calle Concepción, o el tonelero que había en la calle Arroyuelo… La carpintería de Remigio… Los talleres Parrita… Polanco junto al cuartel de la Guardia Civil, haciendo mesas-camilla… Si lo hacemos, podemos llegar a sentir un cierto orgullo, y reafirmarnos en lo que ya sabemos: que tenemos un potencial y una fuerza como pueblo, para salir de ésta y de dos como ésta.
                Las actividades industriales fueron alejándose del centro. Caso como Vipren, que se instaló en Rincones del Molino, que eso si que era lejos del centro. Y actuaciones mayores, como el polígono el Torno que fue el primero, como polígono, de los que actualmente tenemos en la ciudad. El Torno se hace sobre la marisma: Calles ortogonales y demasiado estrechas, naves pequeñas… pero ha sido y sigue siendo, con todos sus problemas, un suelo productivo y generador de empleo. Pronto se quedó pequeño, y se proyecto Pelagatos. Por cierto, que con un nombre incorrecto. Porque debería llamarse Pelargarto, que es el nombre que recibía una zona de piedras y guijarros sueltos, normalmente en el camino, que dificultaba el paso de los carros y de las bestias. Pero como una palabra mal pronunciada termina desterrando a la original, todos hemos asumido que aquello se llama Pelagatos, que se refiere a una persona insignificante y mediocre, sin posición social ni económica, según el diccionario de la RAE… Prefiero lo de las piedras…
                Pelagatos fue un éxito, y se dividió en naves más pequeñas. Se llenó, con precios muy altos; y, se convirtió en un suelo industrial de referencia, no solo en Chiclana sino en la Bahía. Hoy está en declive, como todo; por culpa de la crisis, por culpa de la burbuja inmobiliaria que quebró… También porque predominan las pequeñas empresas, las pequeñas naves de chiclaneros, que con el aluminio, el hierro, la madera… con lo que sea, imitaban a Remigio, a Parrita, a los carpinteros de la Calle Caraza… a los que se embarcaron y se embarcan, con poco dinero pero con mucha capacidad de trabajo… que son lamentablemente los primeros en caer.
                Urbisur vino después, y es un caso extraño. Lo que se proyectó como un polígono industrial, y propició una nueva entrada para Chiclana, y un nuevo puente, el azul… lo que en los papeles es industrial, van los chiclaneros, y lo convierten en un parque comercial. Y vienen de Cádiz, o del Puerto a comprar puertas, cortinas, cocinas, mamparas…  Y generan un eje comercial, negocio a negocio, aunque sin aparcamientos suficientes… Urbisur también se ha visto afectado por la crisis, como Pelagatos. El modelo se ha repetido, y detrás de esa actividad económica también encontraremos  casi exclusivamente pequeños y medianos empresarios, obviamente, más débiles que las grandes corporaciones. ( Que por cierto, también cierran)
                Aunque aparentemente ahora sobren naves vacías. Aunque aparentemente ahora no exista demanda. Es ahora el momento de soñar y hacer planteamientos para el futuro, como hacen otras ciudades vecinas. Chiclana debe apostar, también, por el sector industrial. En nuestro entorno, la administración se empeña en sacar adelante el polígono de Las Aletas, en un suelo sensible, inundable y muy blando para soportar los edificios. En Cádiz se están planteando proyectos a medio plazo, basados en la logística, en la industria de alto contenido tecnológico… ¿Y en Chiclana?
                El plan general dibujaba la ampliación de pelagatos, pero lamentablemente, los elevados precios que tenía la edificabilidad en Chiclana, en toda la cresta del boom, imposibilitaron su desarrollo. Y es que, se dibujaban suelos industriales, que tendrían precios imposibles para la industria.
                Ahora que se puede dibujar de nuevo... Industria, por favor… Tenemos un magnífico sitio, en la carretera de Medina, en el margen izquierdo según se sale, y hasta la autovía… El Erial de la Feria, que se llama. Debemos buscar la fórmula para que estos suelos industriales sean muy baratos, muy atractivos; y podemos ofrecerlos como complementarios a Las Aletas, o al proyecto de logística… Debemos recuperar la ilusión. Es urgente soñar. Sueñen. Sueñen. Pero no se duerman.

Buscavidas

Dicen que se encuentran dos de Cádiz, y uno le pregunta al otro… ¿Quillo qué?, ¿Cómo va la cosa?... Bien, bien. Este año estoy ensayando con el Canijo…, ya no te veo por la peña…
La cosa, para los de Cádiz, tiene un significado amplio, e incluye el ocio, sobre todo. Sin embargo, si se encuentran dos de Chiclana, y si uno al otro le pregunta por la cosa al otro, seguramente que la respuesta tendrá más que ver con el trabajo que con coplas de carnaval.
Dicen que en Chiclana la gente siempre ha sido buscavidas. Ahora moderno, lo llaman emprendedor. Es cierto que en nuestro entorno, todavía y entre otras cosas, tenemos fama de ser trabajadores y luchadores. Creo que es merecida.
Para ser un buscavidas, debe cumplirse una primera condición: No tener la vida resuelta; esto es, no ser funcionario ( de los que lo ganan bien) o no tener una colocación fija e inamovible en una buena empresa. (esto último ya escasea, y ahora con la reforma laboral, fijo lo que se dice fijo, no está ni el sol).
No tener la vida económicamente resuelta, estar en la cuerda floja, tambaleándose como una muñeca de Marín sobre una tele de plasma, es una condición sin la cual, no es posible ser un buscavidas.
En Chiclana hay mucha menos gente que vive de la hoya grande, en comparación con San Fernando o Cádiz. Está claro, que si alguien está salvado, como decimos aquí, no tendrá ni idea de las actividades que a continuación enumero, a modo de recuerdo…
Primero el campo. La tierra. Durante muchos años, en Chiclana, un hombre como Dios manda, debía dejar en herencia al menos una aranzada a cada hijo. La tierra propia era una garantía de no pasar hambre de solemnidad. La gente solía tener su poquito de huerto, sus dos o tres frutales…, se sembraba para el consumo de la casa. Y los excedentes se intercambiaban con vecinos o se vendían. Si paseabas por las calles de Chiclana, era frecuente encontrar casapuertas ocupadas por dos o tres cajas de madera, jaula o jabla, con patatas, tomates, pimientos, cebollas, frutas del tiempo o productos del cortinar; ya saben, sandías y melones. Recuerdo que en algunas casas las papas o los melones invernizos se guardaban debajo de la cama. El padre, en la mesa, cuando se estaba terminando de comer, mandaba a uno de los niños a coger un melón… cógelo dulce, que tenga cama y el rabo seco…
Pero no todos tenían su pedacito para producir lo justo. El buscavidas no tenía garantizada la peoná diaria, ni tenía lo suyo para sembrar. El buscavida tenía la calle para correr, y para ser “emprendedor”.
En una moto con cerones de esparto, con una gorra raída por casco, el buscavida sale todas las mañanas. Hoy, muy temprano, al pago del humo, a la dehesa la boyá. Sabe de otras veces, el sitio para coger un saco de tagarninas un par de macetas de espárragos, o palmitos. Cuando es el tiempo, coge dos o tres cubos de higos de tuna.  Él es un hombre serio, tosco quizás, y no tiene don de gentes. Por eso su mujer es la que se encarga de vender, de poner las cajas en la casapuerta, o de visitar a algunas vecinas, y ofrecerles la mercancía que acaba de traer su marido. Desde hace unos meses, parece que se ha puesto de moda, Ella hace una rifa de cartitas. Las compra en el estanco de mamí. Con la rifa saca más que vendiendo, y las vecinas compran la cartita no sin antes preguntar a quién le tocó ayer… ¿ Otra vez la parmicha?... ¡Joé que suerte tiene la gente!...
El buscavidas va a rebuscar la uva, después de la vendimia y con el permiso del dueño; o puede ir a coger piñas, que da trabajo todos los años para una o dos semanas. Las pagan bien, pero subirse a los pinos con cierta edad… no es fácil esto de buscarse la vida, piensa nuestro personaje imaginario, de vuelta con los serones cargados de piñas, cansado y sucio, lleno de resina de los pinos y de arañones, sobre su moto, a la que tiene que ayudar con grandes zancadas para subir alguna que otra cuesta.
Además del campo, tenemos la bendición del mar. De los caños y de las salinas. De las marismas. Hoy día todo está prohibido. Pero no hace demasiado, nuestro entorno húmedo, (vivimos en un sitio privilegiado) ofrecía casi tantas posibilidades para el buscavidas, como el campo. Un amigo que trabaja en la bazán le ha hecho a nuestro personaje un rastro. Un enorme rastrillo, con púas de quince centímetros y con un receptáculo de red. Con agua por la cintura, en el caño, el buscavidas arrastra el fondo de fango cuatro o cinco metros. Después, lava el rastro y escoge las cuatro o cinco almejas que ha cogido.  Cuando la marea baje más va a coger unas bocas. No  le gusta demasiado meter el brazo hasta el hombro en el agujero del cangrejo violinista, pero las bocas las pagan bien. La semana pasada echó las camaroneras, y con el nuevo aguaje, volverá a poner las cangrejeras. Tendrá que ir a la plaza a pedir carná a los de los puestos de pescado. Antes iba a coger chocos con el pinche, de noche, a Sancti Petri o a la Barrosa, en la primera pista… Ya no hay de ná… Está todo esquilmao... Dice y dirá siempre que le pregunten… ¡Cada vez hay más gente!... ¡La cosa está fatal!...
Se queja el buscavidas. Con razón y de corazón… Hoy parece que ha sacado el jornal. Mañana veremos… Entre las cuatro cosas que hace y la ayuda…
Después dirán que hay economía sumergida… Sumergido en fango o en lo alto de un pino está el buscavidas, que por cierto, saca lo justo para comer y echarle gasolina a la moto.

Una Matanza

“A todo cerdo le llega su San Martín”, dice el refranero, que suele ser un buen punto de partida. Mirando de reojo el calendario, he visto que mañana es el día, y miren por dónde, entre la fecha y el refrán, me ha dado por recordar las matanzas del cochino.
El sacrificio y la conservación del animal sacrificado era una tarea importantísima, ligada a la supervivencia o a la economía doméstica. Pero, matar un cochino era también una fiesta. Y aunque hace tiempo que en las casas no hay una tinaja de manteca, ni se salan los tocinos; lo cierto es que las matanzas se han seguido haciendo, cada vez menos, con motivo de una celebración.
Primero, alguien se encargaba de buscar el cochino, y de ir al sitio. Aquel buen hombre se metía en la cochinera, y acorralaba a un cochino en una de las esquinas de la pocilga; y, dándole unos azotes en el lomo, con la palma de la mano abierta, decía que sus cochinos no tenían mucha grasa… Esto es todo magro… Y están bien criaos, con desperdicios.  Desperdicios que entonces se pedían a los vecinos, y se guardaban en cubos. Aquello era reciclar, supongo.
El trato era rápido, y el cochino se señalaba, o se dejaba pagado. Había que acordar el transporte, que no era fácil; y había que entender de peso a la canal, y de arrobas. Una arroba de cochino eran aproximadamente once quilos y medio. Y no sé qué cuentas se hacían, pero al final, los que habían ido a comprar el cochino, se iban satisfechos con la compra, y seguros de que habría cochino para que todos se hartasen de carne.
El día de la matanza, bien temprano, y ya el campo (que no es lo mismo que chalé), llegaba el cochino en un remolque prestado por alguien, o en un camioncito… Pobre animal… Qué poco te queda… diría alguno.
También llegaba el matarife. En una moto Push de esas amarillas, y con dos cerones de esparto. En un saco de arpillera un montón de cuchillos, un cheira, cuerdas… en un cubo las especias y en un plástico las tripas para el embutido. Lo matarifes tenían gorra, y fumaban desde temprano, y eran mayores, y mataban un cochino como si tal cosa, sin alardes festivos, como su trabajo que era.
Nada más llegar, sin tiempo que perder, el matarife se aseguraba de que la mesa estaba bien puesta, o de que el gancho iba aguantar el cochino colgado. Se ponía a hervir también, una gran olla de agua, sobre un fogón portátil  alimentado de propano, que entonces aprendí, que tiene más fuerza que el butano.
Muchos, sobre todo las mujeres y los niños, no estaban presentes. Bien porque no habían llegado todavía, o porque se apartaban; el momento de la cuchillada no era agradable para muchos…
El animal gritaba desde que lo presentía, y gritaba mucho más cuando entre dos o tres lo aguantaban, y el matarife le metía el cuchillo directo al corazón… ¡Un cacharro para la sangre!, que había que mover para que no cuajara… y mientras, los que éramos capaces de asomarnos, veíamos morir al animal.
Después de muerto, se afeitaba con un gran cuchillo y con agua hirviendo, o con la llama de una lamparilla, según el gusto del matarife. Se abría en canal, y se comentaba si tenía o no mucho tocino. A veces no había tocio suficiente para hacer bastante manteca; otras, el cochino era todo tocino.
Tras varias horas de trabajo, el cochino desaparecía, y se convertía en carne. Como en las carnicerías. En el mismo perol en el que se había calentado el agua, se echaba la pella del animal y trozos de tocino con carne… los ajos, la sal, el orégano… y el pimiento molido al final, cuando se saque un poco de manteca blanca para el que le guste.  El olor de la manteca hirviendo y de los chicharrones se quedará pegado a la ropa hasta la hora del baño…
En un momento determinado, bien pronto por lo general, alguien sacaba otra arroba, esta vez de vino, y reparte unas copitas. Ya va apeteciendo poner la plancha, e ir tirando filetitos…
Cuando el matarife monta sobre la mesa la máquina para picar la carne y embutir las butifarras… cuando mezcla con las manos en unos barreños de plástico la carne picada con las especias; con canela y nuez moscada o con pimentón para la longaniza… ya entonces, hay copas de vino sobre el hule. Un chorrito de vino para la butifarra… y un vasito para el matarife, dice el buen hombre riéndose por primera vez en toda la mañana.
Se mezcla la faena con el divertimento, se toma una tapita mientras se embute la butifarra, y se pincha, y  con una aguja, y se hierve en la olla. Recipiente del que acaban de sacarse la manteca y los chicharrones, que están buenos hasta calientes. La manteca se olvida en una esquina, metida en fiambreras de plástico que cada cual ha traído… A la mía échale asiento bastante, que nos gusta mucho…
En este ambiente, entre arrobas de carne y de vino, quintos de cerveza, filetitos y chicharrones, se produce un hermanamiento, en torno a la matanza, a la comida y a la bebida, que debe ser muy antiguo. En muchos sitios y en muchos momentos, desde siempre, el sacrificio de un animal ha sido un motivo de encuentro y de fiesta. Y ha sido una seña cultural y parte de la tradición. Quizás sea el origen de las barbacoas; que aunque con menos liturgia y ceremonial, son una buena escusa para montar una fiesta, y juntarnos, que es lo importante…
Por cierto, ya va siendo hora de organizar una.

Un Alcalde con Carácter


El domingo pasado, recordando antiguas corporaciones municipales, irrumpió en nuestra memoria Agustín Herrero Muñoz, Alcalde de Chiclana. Aunque intentaré que la política no nos ocupe demasiados domingos (bastante política tenemos los días entre semana), creo que merece la pena dedicar unas líneas a este importante personaje de nuestra historia reciente.
Para dibujar una semblanza de Agustín Herrero tengo que recurrir a la memoria de quienes le conocieron y trabajaron junto a él. Cuando te sientas a ver una película que va por la mitad, y preguntas a quien la lleva viendo desde el principio; te resumirá el argumento en dos o tres frases. Lo más importante, lo más divertido… pero a los ojos del que te lo cuenta, claro. Hablando con unos y con otros, he reconstruido un par de anécdotas, que pueden definir al personaje, al menos dar una versión del mismo.  No obstante, alguien con oficio, algún amante de la historia, debería investigar sus orígenes, cómo su familia fue represaliada por ser de izquierdas, cómo se escapó de España cuando estudiaba en Madrid, cómo volvió para intentar sacar a sus familiares de la cárcel, cómo se refugió en el ejército y llegó a capitán de la legión… no fue una vida aburrida la de Don Agustín.
La primera imagen que se cuenta de Agustín Herrero es significativa de su personalidad. Fue un hombre valiente , capitán de la legión vamos. Por eso, imaginemos a Don Agustín un tipo grande y fuerte,  de pié y erguido, dando órdenes desde la proa de su barca, sin ser alcalde todavía, durante la riada de 1965… Sacó a mucha gente… he escuchado en algunas ocasiones. Aquello se ha recordado hasta hace poco.  
El humor suele estar también presente cuando se recuerda a Don Agustín. Era un tipo peculiar:
Un día, estando Don Agustín en su despacho de Alcalde, recibió a un vecino, quizás un contratista, que no paraba de quejarse: porque el Ayuntamiento no cumple su obligación… porque a él debió el Ayuntamiento de avisarlo… porque el Ayuntamiento no me ha pagado…
Don Agustín miraba al paisano detrás de su bigote, sin cambiar el gesto. Y el tío erre que erre… que el Ayuntamiento no me recibe… que el Ayuntamiento no me paga… porque el Ayuntamiento no está cumpliendo conmigo… porque el Ayuntamiento…
De repente, serio, se levanta Don Agustín sin decir nada. Mientras, la visita se queda muda, esperando respuesta. Don Agustín comienza a golpear la pared con los nudillos, y con fuerza. Como el que llama a una puerta… ¿Ayuntamiento?... Toc!, Toc!, Toc!...  ¿Ayuntamiento?...  le dice el Alcalde a la pared, y calla como esperando respuesta… ¡Ayuntamiento!, ¿Qué pasa con este hombre?, ¿Ayuntamiento?...   … No responde, no hace caso. Le dice el Alcalde al vecino protestón… Nada, a ver si otro día nos dice algo el Ayuntamiento…
En otra ocasión, asomó la cabeza el Alcalde en el despacho del Secretario… Antonio, por favor, es que tengo ahí a una vecina, y no entiendo lo que quiere… a ver si tú puedes recibirla y me lo explicas…
El Secretario recibe a la vecina, que le cuenta que necesita un certificado de convivencia. Resulta que la pareja de su hija, y que convive con ella, está preso. Ellos no están casados, pero conviven juntos desde hace tiempo, aunque no se refleje en el padrón. Y que, para visitar a su pareja a la cárcel, digamos de un modo especial, más íntimo, le han pedido a su hija un certificado de convivencia, en ausencia de libro de familia… 
Cuando el Secretario le cuenta al Alcalde de qué se trata, don Agustín dice: Si, lo que yo había entendido. Esta mujer quiere un vale del Alcalde para que su hija eche un polvo. ¡Para lo que hemos quedado los Alcaldes!, dijo Don Agustín, mientras el secretario se partía de la risa.
A Don Agustín le tocó ser Alcalde durante el procedimiento de expropiación militar de la península de Sancti-Petri. Aquello no le gustó nada. Estaba cabreado y se oponía a todo, poniendo todas las trabas del mundo. La verdad es que tenía razón, Sancti-Petri era un barrio más de Chiclana, en el que las calles, por ejemplo, eran ya dominio público, propiedad del Ayuntamiento, y por lo tanto no cabía una expropiación. El ejército mandaba entonces más que las leyes. Y para cerrar el episodio, enviaron a un importante general a una reunión que se mantuvo en la oficina municipal que había en Sancti-Petri. Allí acudió Don Agustín, cabreado, porque se oponía a la expropiación. Uno de los militares tomaba notas de todo, levantando acta, y el Alcalde no paraba de interrumpir… Ponga usted ahí que la carretera la ha hecho el Ayuntamiento... Y los militares ni caso… Ponga usted ahí que las calles son dominio público propiedad del Ayuntamiento… Y los militares ni caso… Ponga usted ahí que Sancti-Petri es parte de Chiclana y no los terrenos de una empresa… Y los militares como si tal cosa… De repente, el Alcalde interrumpe de nuevo y dice: … Ponga usted ahí que esta es la playa de lava-culos, o ¡lava-cojones!, que es lo mismo, porque el que se lava el culo se lava los cojones…
Afortunadamente para Don Agustín, a los militares presentes, les dio por reírse a carcajadas. Estaba cabreado el Alcalde… Y ya en el coche de vuelta, pensativo, le dijo al secretario: Bueno, yo sabía que no íbamos a conseguir nada, pero por lo menos hemos puesto el mingo…
¡Genial don Agustín! Cuya forma de ser puede explicar, porqué en Chiclana, a pesar de constituciones y democracias, una gran parte de los chiclaneros volvieron a votarle para que fuese además del último Alcalde franquista, el primer Alcalde elegido democráticamente. Las personas, en política municipal, son a veces más importantes que los partidos. Y es que la personalidad, la fuerza y la capacidad de riesgo son imprescindibles para un líder…
Eso nos haría falta hoy en día en Chiclana… un Alcalde con Carácter.

Muñecas a Trozos

Ahora que se inauguran fuentes en el centro, y atunes-veleta… ahora precisamente, me apetece reivindicar la mejor escultura sobre el espacio público de Chiclana. En mi opinión, claro; que es lo mismo que decir nada.
Es una mano de artista que surge del suelo (de Chiclana), sobre la que se va dibujando, como evoluciona un boceto, una muñeca con forma de mujer andaluza. La mano quiere ser la de José Marín; y al él y a las mujeres está dedicada la escultura.
No puede escribirse de nuestro pasado reciente sin hablar de Marín. Pero voy a hacerlo a mi manera. A ver qué os parece:…
Viajemos a una noche de primavera de 1976. En un cuarto de azotea de una casa de Chiclana, dos jóvenes mujeres, en edad de juntar para casarse, siguen en el cuarto pasadas las diez de la noche… Abrimos la puerta, que está solo encajada. Debajo de dos bombillas y del techo de uralita, nos sorprende ver montañas de pequeños trajes de flamenca a medio hacer. Colores llamativos, montones y montones de sacos de tela, algunos abiertos y desparramados. Otros preparados para llevarlos a la fábrica. A la derecha, montones de cabezas de muñecas, pequeñitas, sin pintar todavía. Debajo de todo aquello, sin sitio para moverse y rodeadas de su faena, Pepi y María.
La primera está montando volantes, hilvanando para después coser con la máquina. María raspa cabezas. Con un cristal afilado elimina la junta de plástico que el molde ha dejado como una cicatriz en la cabeza de la gitana. Con un movimiento rápido y preciso raspa lo justo para que desaparezca cualquier rastro. Rápido, a cabeza por segundo, va cogiendo de un saco y echando a otro, como un autómata.
Las dos hermanas hablan sin apartar los ojos de la faena; esta semana han cogido mucho trabajo, y van a ganar un dinerito. Se ríen por lo bajo. Sus novios respectivos acaban de irse. Es normal que vengan a pelar la pava mientras ellas trabajan. Y que los cuñados se sienten cerca de sus respectivas y ayuden en la faena. También es normal, que por debajo de tanta tela de colores, alguna mano busque un muslo, esperando que sea el de la hermana correcta… de esto último se ríen las hermanas mientras una hilvana el plisado de los volantes, y la otra raspa cabezas de muñeca.
Llega otra visita. Su prima Isabel, que es más joven. Se sienta, y nada mas saludar se mete en faena con toda naturalidad. Va a ayudar a Pepi, que va más atrasada… Quizás coja el puesto de Pepi cuando ésta se case. Si es que lo deja… bueno, ya veremos.
La más joven pregunta a sus primas… Y aparte de esto, ¿Qué otras faenas se hacen en las casas?... Muchas. Hacer las pelucas, montar los trajes…  Antes se hacían también cuerpos de serrín… ¿De serrín?... Bueno, de trapo lleno de serrín. Ahora se hace menos. Porque ya casi todo va en plástico… Los cuerpos de serrín había que atarlos con alambre por la cintura. Luego se vestían…
Y, ¿Qué es lo más difícil?... Yo creo que pintar las caras, porque hay que pasar cinco veces por cada cabeza. Primero el negro de las cejas y del filo de los ojos. Luego hay que pegar el ojo, que es como una pequeña escamita blanca. ¡Hay que tener un pulso y una paciencia!... Luego el azul, el rosa, el rojo de los labios… es lo más difícil… Además, el propio Pepe Marín es el que revisa las caras pintadas… ¿El dueño?... Si el dueño; él está mucho en la fábrica; y habla con nosotras… Fíjate, ¡Qué hombre más sencillo!... Pues yo me enterao que hace dos años ganó el primer premio mundial de muñecas en Polonia… Bueno, y acaban de darle la medalla al trabajo de toda España entera…
Y, Las muñecas de trapo y serrín, ¿De qué tenían la cabeza?... De barro. Todavía las hacen los sevillanos con un molde. Después se secan y se meten al horno. Había que pintarlas enteras… eran más endebles, pero a mí me gustaban más… en fin, ahora casi todas son de plástico.
La más joven pregunta sin parar… Y… ¿Se gana mucho?... ¡Hija depende de lo que hagas!... Esta ha ganado esta semana más que el novio… ¿Más que el novio?... Pero hija, ¿Cuántas horas he echao?... Muchas, la verdad…
Pero, no te creas tú, que todo no es tan bonito… Algunas veces nos echan el trabajo para atrás… Porque tenga faltas, o no esté bien terminado… Bueno, bueno, depende de lo malaje que sea el que te toque… También es verdad, porque fulano es un sieso.
Mira, además, algunas veces te dan anticipos… ¿Anticipos?... Si, el lunes hablé con Antonio Marín… ¡Qué formal y que serio es ese muchacho!... Y está siempre en la fábrica, porque yo tengo que llegar hasta el fondo para coger las cabezas, donde está la máquina del plástico; y me ando la fábrica entera. Y siempre está allí… Bueno, y qué le dijiste… Le pedí un anticipo de cinco mil pesetas para la entrada de una tele para mi padre… Yo le dije la verdad… Que mi padre está malo, que le gusta los toros, que no puede verlos en la tienda y que quiero comprarle un televisor… ¿Qué te dijo?... Fue a la oficina y me trajo cinco mil pesetas…
Con las cinco mil pesetas María le dio una entrada al Rey, el de los televisores, y su padre vio la corrida en su casa. Pepi le llevaba todas las semanas un buen dinero a Velita; tenía apartado el dormitorio, el romy del cuarto de baño, y un salón precioso. Cuando se casó, protegió los sofás con un forro, y en el salón era un lugar reservado a las visitas…  La verdad es que el Rey, Velita y el Cojo Calabaza, surtían a casi todas las Chiclaneras en edad de juntar para casarse… pero eso será otra historia.
Cada vez que se vendía una muñeca en Madrid o en París, venía dinero a Chiclana. Y los dineros de las muñecas hicieron mucho bien en la Chiclana de entonces. Hizo mucho bien el hombre que las creó, que las diseñó, y que se empeñó en que se fabricaran en su pueblo… Sería imperdonable olvidar a nuestros grandes hombres, que son nuestro ejemplo.