lunes, 18 de noviembre de 2013

De cine


El cine es un buen lugar para matar la tarde del domingo. En general, el cine es un buen ejemplo de que una ruina bien administrada dura toda la vida. Porque, desde que tengo uso de razón, el cine está en crisis. Que si los videos, que si la televisión, que si internet… siempre habrá un motivo para no ir. Pero, el que disfruta del cine de verdad, el que ha tenido esa suerte, sabe que no hay nada como ver una película en una sala. Sobre todo en una sala de hoy en día; porque, antes era otra cosa…
                El cine moderno estaba en el solar donde hoy está el teatro, y la estatua de Dionisio Montero, que tiene mucho que ver con el teatro y con la cultura en Chiclana, dicho sea de paso. Antes los cines tenían una sala, y una película, y era lo que había. Durante mucho tiempo, en los setenta y ochenta, el cine era una de las pocas formas de ocio que teníamos. Las parejas iban juntas, algunos a las dos sesiones seguidas. Quizás para ver la película, quizás para pasar la tarde, quizás para buscarse en la oscuridad… La butacas, abatibles y apretadas, solo un poco más cómodas que el tendido de una plaza de toros, que ya es decir. El cine moderno tenía un pequeño escenario bajo la pantalla, y dos pisos. La fila de la mitad, la primera de la parte de arriba, era la primera que se llenaba. Se podía fumar y se fumaba. Se comían pipas, se hacían comentarios… y la película se interrumpía a la mitad, en medio de la acción, como si se fuese la luz, para que los espectadores fuesen al servicio, pero sobre todo, para que hiciesen un poco de gasto en el ambigú; un mostrador destartalado, con cuatro quintos de cerveza, algún refresco, paquetes de patatas fritas de la bandera y algunas chucherías.
Las películas se anunciaban sobre algunas esquinas blancas, encaladas, en sitios que todos conocíamos, con un cartel pegado con cola. Pero, en la parte izquierda de la fachada de la plaza, la plaza de abastos de antes, había un marco de hierro, con el fondo de madera, algo estropeado, donde se enseñaba el cartel de la película. Yo lo miraba todos los días, haciendo una pequeña paradita en el camino del colegio, y la imagen de la película me acompañaba de la plaza a los agustinos… unas veces imágenes del espacio, otras de vaqueros… y yo iba al colegio con ET o con el robot de la guerra de las galaxias.
El cine Bailén era algo más moderno que el moderno. O por lo menos así lo recuerdo. Y más grande. Todavía está el local tal cual, supongo que sin las butacas… No les gustará a los vecinos de los pisos de arriba; pero, no es mal sitio para montar algo que tenga que ver con la cultura…
El cine de verano, que se imita ahora con las proyecciones en la playa, o en las plazas del centro, era otra cosa. Sé por mis mayores, que había uno también en la calle Bailén, muy cerca de la iglesia del Santo Cristo… Aquello había sido una bodega, y la sede del sindicato de viticultores del padre Salado, que había montado un colegio cuyo lema era pan para pan, todo para todos… En la calle Iro montaron algunos años seguidos otro cine de verano en una pieza de bodega. No sabría localizarlo, porque aquello ha cambiado. Recuerdo que vi allí, una película de los Hobres G, sufre mamón, devuélveme a mi chica…
El cine que veíamos era americano casi siempre. Las películas españolas, al principio, o eran de niños que cantaban como los ángeles, o más tarde, de tetas. De mayor descubrí que también habían películas españolas buenas… que supongo que pondrían en las capitales, donde tenían más sitios para pegar carteles, y había más cines, y más gente y más de todo.
En esta serie de artículos tiro de memoria y recuerdos. Pero, para recordar cómo era la Chiclana de los ochenta, podemos recurrir al cine. En 1987, desembarcaron en Chiclana Manuel Iborra, Verónica Forqué y Antonio Resines, entre otros. Se rodó en Chiclana, con la intervención protagonista de niños chiclaneros la película Caín… En un pueblo remoto de Andalucía, Chiclana, vive Don Cuco, un joven profesor viudo, que se encarga del curso 5º R, donde están todos los repetidores y vagos del pueblo. Entre ellos está Caín, un niño que vive en su propio mundo, interesado solo por los animales… La película es tan de verdad, es tan espontanea, que tuvo problemas con las distribuidores, que propusieron al director que subtitulara a los niños, porque hablando en chiclanero, en las capitales no se les entendía...
Si se trata de recordar la Chiclana reciente, os propongo que esta tarde, sin que sirva de precedente, en vez de ir al cine veamos Caín, y recordemos juntos lo que éramos. Está en youtube, buscando con Cain Manuel Iborra. Se ve bien, y seguro que la mayoría de nosotros entenderemos a los niños, por muy rápido y por muy en chiclanero que hablen.
Otro día iremos al cine, preferentemente entre semana, que es más barato, y la cosa está muy mala.

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