lunes, 18 de noviembre de 2013

... Un campito en Chiclana


¿Tú eres de Chiclana?, le dije a un colega que acababa de conocer. No, yo vivo en Cádiz, pero mi padre tenía un campito en Chiclana.
                En alguna medida, mi reciente colega se considera chiclanero. Me contó que de niño pasaba los veranos y muchos fines de semana en su campo, en el Pago del Humo. Descubrimos que compartíamos recuerdos de infancia, aunque no nos conocíamos. De aquella agradable conversación surgen estas líneas…
                Chiclana ha sido desde siempre un pueblo que ha tenido que apañárselas solo. Sin ejército, administración o industria, nuestro único capital siempre fue la necesidad, de la que hemos tenido la capacidad de hacer virtud.  Antiguamente, obligados por esta necesidad, había que tener un trozo de tierra, para completar con el producto de ésta lo poco que se ganaba. Mi amigo Pepe Mier lo dice muy bien, cuando evoca que entonces, en Chiclana se echaba la peoná y el rato. Es decir, se iba a trabajar a sueldo a las tierras de otro, por cuenta ajena; y luego, robándole horas al día, se echaba el rato en lo de uno.  El afán de cualquiera era poder dejar en herencia un trozo de tierra a cada hijo. Era lo que había.
                Más modernamente, cuando los sueldos se fueron dignificando, en el campo de cada uno se sembraba pero también se disfrutaba. Trabajadores de Astilleros y otras grandes empresas de la bahía, muchos de ellos venidos de la sierra o de la Janda, y que no terminaban de adaptarse a vivir en un piso en Cádiz, se compraron un campito en Chiclana.
                A principios de los setenta se parcelan muchas tierras, ya históricamente muy divididas; en el pago del humo, en el marquesado o en el sotillo. Comprarse una parcelita vacía era asequible para una clase trabajadora con un sueldo estable, y que aspiraba a mejorar. Aunque esto es mucho más antiguo, creo que en estos años toma fuerza el papel de Chiclana como municipio de veraneo o de segunda residencia en la bahía.
                Y digo residencia, porque los campitos fueron evolucionando. Tanto, que ahora se llaman chalés.
 Entonces, se comenzaba con un cuarto para los tiestos. Junto a la hilera de tomates y pimientos manchados de azufre, junto al cortinar o entre los ciruelos y la higuera, se levantaban cuatro paredes  y un techo, que servían también como “paraero”. No hacía falta más. Se iba a casa de López, de Vipren o de Román, y te daban los materiales fiaos, avalados solamente la confianza, que no es poco. Se asumía el riesgo de vender fiado, y el trabajo de cobrar poco a poco; y de este modo, además de ganar dinero, lógico, ayudaron a muchos.  Para levantar el cuarto siempre había gente. En fines de semana, amigos y familiares se ayudaban, gracias a otra buena cualidad de los chiclaneros: el hoy por ti y mañana por mí.
                Por este método autárquico, dentro de una ilegalidad leve y consentida socialmente, ha sido construida la mayor parte de la superficie de Chiclana. Muchas zonas se han legalizado, y se han dotado de servicios en las últimas décadas: Casi toda la playa, mogarizas, las rapaces… Otra gran parte, se ha pretendido regularizar recientemente mediante el Plan A, el Plan Anulado; y, hora se dice que habrá un Plan B. Aunque la verdad, los que tienen que decidir no deciden, o lo que es peor, prefieren ocuparse de otras cosas.
                La ley del suelo Andaluza de 2003, se equivocó al decir que en Andalucía no había casas en el campo. Porque, a diferencia de la ley anterior, que permitía construcciones de viviendas en Suelo no Urbanizable, se prefirió creer que bastaba con prohibir, para que desapareciera una costumbre y una tradición muy arraigada en toda Andalucía. No debe enfrentarse la ley a la costumbre de un modo tan pueril. Solo se generarán conflictos y situaciones difíciles de gestionar.
                La Junta de Andalucía parece rectificar. Porque teniendo una ley del suelo que no permite las viviendas en el campo, ha creado otra ley para regular la dotación de servicios básicos a estas viviendas que no existen. Esto podría calificarse como una actitud un poco esquizofrénica, Pero creo firmemente que la nueva ley está bien, y que permitiría, si los Ayuntamientos hacen su parte, desbloquear problemas de abastecimiento de servicios básicos a muchas personas que no los tienen. Esta es una cuestión diferente y más urgente que la política territorial. Aunque debemos asumir que nos hemos cargado gran parte de nuestro territorio, sobre todo en el litoral.
                En cualquier caso, la verdad es que ya apenas existen campitos: donde estaban sembrados los tomates y los pimientos, alguien puso césped, u hormigón impreso. Donde estaba la higuera, que ocupaba mucho sitio, alguien hizo una barbacoa. Donde había una manguera para regar y refrescarse, o un pilón, ahora hay una piscina. Y  donde había un cuartito y un paraero, hay un chalé con tejitas.
Y lo que es más importante, donde había una persona que iba al campo sabiendo que iba al campo; donde había una persona que se conformaba con un cuartito junto a sus tomates; ahora hay un ciudadano, hipotecado hasta las cejas, que exige servicios públicos básicos como los demás. Y tiene razón.
               





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