El primer y único instituto que había en Chiclana
hasta no hace mucho tiempo era el Poeta. Venían de Conil porque allí no había;
y antes, eran solo unos pocos estudiantes de Chiclana, los que podían ir a
Cádiz. Mucho antes todavía, los Agustinos habían intentado dar clase de
Bachillerato, pero según me cuentan, los hermanitos de la Salle no se lo
permitieron. Los Agustinos de la Calle la Plaza, y la Salle en la Cuesta
Hormaza, eran los referentes en el tema educativo hasta que la enseñanza
pública fue cogiendo su sitio.
Los curas mandaban mucho. Todavía en la Ley General
de 1970, la educación era considerada un derecho de la familia, de la iglesia y
del estado. Olvidamos que nuestra transición parte de un pensamiento
nacional-católico-fascista. Entonces, los niños que destacaban no podían, en la
práctica, estudiar el bachillerato. Los hermanitos les permitían repetir los
últimos cursos, quedándose en el colegio como alumno aventajado, esperando que
algún señorito lo contratara de escribiente de su bodega, por su inmejorable
caligrafía, y por la recomendación de los curas. Digo niños, porque para las
niñas era todavía más duro. Para ellas, ni eso.
Algunos se buscaron la vida, y encontraron en el
seminario, en el amago del sacerdocio, una posibilidad de seguir formándose.
Fueron seminaristas con novia secreta y con libros revolucionarios escondidos.
Hubo un obispo permisivo que hizo su parte. Por lo demás, nada.
Un estudio del Profesor Lerena afirma tajantemente
que en 1970 los alumnos procedentes de categorías económicas más altas ocupaban
el 88,2% de las plazas universitarias. Los hijos de obreros, (término que él
emplea) solo tenían el 11,8%.
Sabiendo esto, algunos podrán decir que las becas
las puso Franco, y que la Ley de 1970 estableció derechos para los estudiantes.
La ley lo ponía, pero la realidad era otra. De hecho la misma ley se
auto-concedió un plazo de diez años para su implantación.
Todavía en 1980, en el colegio, los maestros
mandaban llamar a los padres de los niños que “valían”: El niño vale… Sería una
pena que no siguiera estudiando… ¿En casa hace falta que el niño trabaje?…
Porque debería seguir estudiando…, le decían los maestros a los padres.
Los padres de entonces nacidos en los cuarenta o
cincuenta, los obreros, como dice el profesor Lerena, ni se imaginaban que sus
hijos podían tener carreras. ¿Estudiar?... ¿Mi hijo o mi hija maestra, médico,
abogado, administrativo?... ¡Anda hombre!... ¿Quién se lo iba a creer? Porque,
como dicen las estadísticas, en España la Universidad era un sistema para perpetuar
una diferencia de clases… y en Chiclana, un pueblo al fin y al cabo, pero
todavía.
Pero una generación criada en casas sin libros, por
padres sabios pero analfabetos, tuvieron su oportunidad. Recuerdo perfectamente
cómo era la carta que se recibía cuando concedían la beca. No venía en sobre,
sino la misma carta se plegaba, y muy escuetamente nos concedía dinero de todos
para estudiar. Para mejorar. En pocas cosas puede estar mejor empleado el
dinero.
Por encima de polémicas, que las hay, de si el
sistema era justo, de si las cantidades eran suficientes…, aquello fue sobre
todo un cambio cualitativo. La universalización del sistema de becas abrió
muchas puertas. Y posibilitó que muchos chiclaneros y chiclaneras se
convirtieran en médicos, matemáticos, abogados…, sin tener un apellido
conocido. También cambió la mentalidad de los padres de entonces, que fueron
creyéndose poco a poco, que algo estaba cambiando. Los que somos padres sabemos
que pocas cosas pueden influir tanto en nosotros, como aquellas que tienen que
ver con el futuro y la felicidad de nuestros hijos.
La huelga de este pasado miércoles para la defensa
de la educación pública y contra los recortes ha provocado este artículo. Cuando
hace unos meses el ministro de Educación suavizaba la subida de las tasas
universitarias diciendo que todavía, con subida y todo, un alumno solo pagaba
el 25% de lo que costaba, sentí un escalofrío. De repente, un ministro de
España parecía decir que la universidad había que pagarla, y que menudo favor
nos hacían pagándonos, a través de los impuestos por cierto, el 75%.
Y es que, últimamente algunos dicen que esto no
podía seguir así porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Si
hablamos de coche, de chalé… vale. Hemos consumido demasiado. (Para que otros
ganen mucho dinero, por cierto) Pero, la sanidad, la educación… eso no me lo
toquen.
Que le pregunten a nuestros padres sin creían allá
por los sesenta que sus hijos tendría la posibilidad de estudiar… Porque,
afortunadamente, en materia de educación, muchos hemos vivido por encima de
nuestras posibilidades durante los últimos treinta años. Y espero, que el
futuro de nuestros hijos no vuelva a ser limitado, a base de recortes. Porque
una cosa es recortar y otra mutilar.