viernes, 10 de mayo de 2013

Estudiar



El primer y único instituto que había en Chiclana hasta no hace mucho tiempo era el Poeta. Venían de Conil porque allí no había; y antes, eran solo unos pocos estudiantes de Chiclana, los que podían ir a Cádiz. Mucho antes todavía, los Agustinos habían intentado dar clase de Bachillerato, pero según me cuentan, los hermanitos de la Salle no se lo permitieron. Los Agustinos de la Calle la Plaza, y la Salle en la Cuesta Hormaza, eran los referentes en el tema educativo hasta que la enseñanza pública fue cogiendo su sitio.
Los curas mandaban mucho. Todavía en la Ley General de 1970, la educación era considerada un derecho de la familia, de la iglesia y del estado. Olvidamos que nuestra transición parte de un pensamiento nacional-católico-fascista. Entonces, los niños que destacaban no podían, en la práctica, estudiar el bachillerato. Los hermanitos les permitían repetir los últimos cursos, quedándose en el colegio como alumno aventajado, esperando que algún señorito lo contratara de escribiente de su bodega, por su inmejorable caligrafía, y por la recomendación de los curas. Digo niños, porque para las niñas era todavía más duro. Para ellas, ni eso.
Algunos se buscaron la vida, y encontraron en el seminario, en el amago del sacerdocio, una posibilidad de seguir formándose. Fueron seminaristas con novia secreta y con libros revolucionarios escondidos. Hubo un obispo permisivo que hizo su parte. Por lo demás, nada.
Un estudio del Profesor Lerena afirma tajantemente que en 1970 los alumnos procedentes de categorías económicas más altas ocupaban el 88,2% de las plazas universitarias. Los hijos de obreros, (término que él emplea) solo tenían el 11,8%.
Sabiendo esto, algunos podrán decir que las becas las puso Franco, y que la Ley de 1970 estableció derechos para los estudiantes. La ley lo ponía, pero la realidad era otra. De hecho la misma ley se auto-concedió un plazo de diez años para su implantación.
Todavía en 1980, en el colegio, los maestros mandaban llamar a los padres de los niños que “valían”: El niño vale… Sería una pena que no siguiera estudiando… ¿En casa hace falta que el niño trabaje?… Porque debería seguir estudiando…, le decían los maestros a los padres.
Los padres de entonces nacidos en los cuarenta o cincuenta, los obreros, como dice el profesor Lerena, ni se imaginaban que sus hijos podían tener carreras. ¿Estudiar?... ¿Mi hijo o mi hija maestra, médico, abogado, administrativo?... ¡Anda hombre!... ¿Quién se lo iba a creer? Porque, como dicen las estadísticas, en España la Universidad era un sistema para perpetuar una diferencia de clases… y en Chiclana, un pueblo al fin y al cabo, pero todavía.
Pero una generación criada en casas sin libros, por padres sabios pero analfabetos, tuvieron su oportunidad. Recuerdo perfectamente cómo era la carta que se recibía cuando concedían la beca. No venía en sobre, sino la misma carta se plegaba, y muy escuetamente nos concedía dinero de todos para estudiar. Para mejorar. En pocas cosas puede estar mejor empleado el dinero.
Por encima de polémicas, que las hay, de si el sistema era justo, de si las cantidades eran suficientes…, aquello fue sobre todo un cambio cualitativo. La universalización del sistema de becas abrió muchas puertas. Y posibilitó que muchos chiclaneros y chiclaneras se convirtieran en médicos, matemáticos, abogados…, sin tener un apellido conocido. También cambió la mentalidad de los padres de entonces, que fueron creyéndose poco a poco, que algo estaba cambiando. Los que somos padres sabemos que pocas cosas pueden influir tanto en nosotros, como aquellas que tienen que ver con el futuro y la felicidad de nuestros hijos.
La huelga de este pasado miércoles para la defensa de la educación pública y contra los recortes ha provocado este artículo. Cuando hace unos meses el ministro de Educación suavizaba la subida de las tasas universitarias diciendo que todavía, con subida y todo, un alumno solo pagaba el 25% de lo que costaba, sentí un escalofrío. De repente, un ministro de España parecía decir que la universidad había que pagarla, y que menudo favor nos hacían pagándonos, a través de los impuestos por cierto, el 75%.
Y es que, últimamente algunos dicen que esto no podía seguir así porque hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Si hablamos de coche, de chalé… vale. Hemos consumido demasiado. (Para que otros ganen mucho dinero, por cierto) Pero, la sanidad, la educación… eso no me lo toquen.
Que le pregunten a nuestros padres sin creían allá por los sesenta que sus hijos tendría la posibilidad de estudiar… Porque, afortunadamente, en materia de educación, muchos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades durante los últimos treinta años. Y espero, que el futuro de nuestros hijos no vuelva a ser limitado, a base de recortes. Porque una cosa es recortar y otra mutilar.

Día de las Madres



Siguiendo con este torpe perfil sobre los cambios sociales que hemos experimentados en los últimos treinta años, y porque hoy es un día señalado para ello, permítanme unas líneas sobre las madres. Porque además, el cambio del papel de la mujer en nuestra sociedad es uno de los pilares de nuestra evolución hacia mejor.
En los años ochenta, las madres eran más jóvenes. Al menos eso dice el Instituto Nacional de Estadística. En Chiclana la edad media con la que una mujer tenía su primer hijo en 1980 era de 24,5 años. En 2011, la edad media de las primíparas es de 30,66. Seis años más.
Antes, muchas mujeres eran sobre todo madres y esposas, cuidadoras de sus mayores y amas de casa en exclusiva, con todo lo que eso significa. Las familias, institución sacralizada durante años, descansaba en la entrega absoluta de las mujeres. Ellas habían sido educadas para la renuncia a una parte de ellas mismas, el desarrollo  personal y profesional estaba mucho más limitado que hoy en día. (Que también lo está) No eran ni más ni menos felices. Era sencillamente un modelo social diferente.
Las madres sabían comprar en las tiendas del barrio o en la plaza, y sabían estirar el dinero. No tenían tarjeta, pero tenían un monedero mágico, que llevaban bajo el brazo cuando iban a Eco Carlos, que abrían solo un poquito para sacar lo justo, alguna moneda y algún billete muy dobladito. El monedero era milagroso, el dinero nunca se acababa. Y si se acababa, solo la madre lo sabía. Los padres solían limitarse a entregar el sobre; (antes también había sobres) y las madres, sin tener estudios en economía, demostraban cada día que una ruina bien administrada puede durar toda la vida.  Compraban un choricito de la guita verde para poner unas lentejas. Compraban cuarto y mitad de carne para guisar, y una latita de fuagrás con la que merendaban todos;  miraban los precios, y sabían de calidad. Hoy, todos compramos mucho más pero peor.
Esta dedicación casi en exclusiva a la casa es un fenómeno propio de nuestro entorno. En otros lugares, donde las faenas del campo lo requería, las mujeres han echado siempre sus peonás, como los hombres. O como en Galicia, dónde son tradicionalmente, las encargadas de mariscar. En Chiclana, muchas mujeres trabajaron con las muñecas, echando medios días o cosiendo para la calle.
Antes, las mujeres eran educadas para ser amas de casa. Los hombres no. En cierto modo, la familia  era también una institución de inter-dependencia. La mujer dependía económicamente del suelo del marido, el marido dependía de los cuidados de su mujer, (porque antes los hombres éramos más inútiles, si cabe, para cuidar de nosotros mismos); y, los hijos dependían siempre, de los cuidados de la madre. 
En las últimas décadas las mujeres se han incorporado al mercado laboral; y, aunque queda mucho por recorrer, tantos años de lucha por la igualdad van teniendo su fruto. También es cierto que antes una familia subsistía con un solo sueldo; y ahora, o trabajan los dos, en la calle se entiende, o ustedes me dirán cómo alimentamos nuestro consumismo insaciable. 
Sin renunciar a ser madres, Ellas se han desarrollado profesionalmente, y sobre todo, son mucho más independientes. Más libres.
Pero este desarrollo profesional, esta evolución, no ha supuesto en absoluto una menor dedicación a los hijos. A pesar de las trabas a la conciliación entre la vida laboral y familiar, una madre sigue siendo una madre. Es curioso el dato que nos da el INE: En 1980 solo el 3,57% de los nacidos en la provincia de Cádiz lo eran de una mujer no casada, que entonces era denominada madre soltera. El matrimonio y la maternidad, por ese orden a ser posible, estaban íntimamente ligados.  Y a una mujer se le exigía tener la seguridad del matrimonio antes de ser madre. En 2011, en cambio, un 41,51% de los nacidos, los son de madres que no han formalizado su matrimonio ni en la iglesia ni en el juzgado. Son parejas de hecho, inscritas o no, o son madres solteras, sin más. Quiero interpretar este dato como un indicador de la gran seguridad en ellas mismas y del grado de independencia que están conquistando las mujeres.
La maternidad, mucho más antigua que cualquier organización social, costumbre o cultura, se mantiene por encima de convenciones sociales, creencias o modelos  familiares. Está por encima de matrimonio, de relación de pareja si quieren; por encima del trabajo, de la familia, de la cultura y de la costumbre. Ya lo decimos en Chiclana. Una madre es una madre, y a ti te encontré en la calle.
Siento tener una cierta tendencia a lo sentimental, nunca fui muy cartesiano. Pero, si se trataba de hablar de las madres, ¿por qué me he enrollado tanto?.
Es mucho más sencillo: Nadie te mira como tu madre, nadie te abraza como tu madre, ni te pasa la mano por la cara como tu madre. Nadie piensa en ti como tu madre, ni te quiere como tu madre… Felicidades a todas las madres y un beso para la mía.