lunes, 18 de noviembre de 2013

Hacer deporte


No es lo mismo hacer deporte que hacer ejercicio. No es lo mismo, como dice Alejandro Sanz.
Si preguntamos a los mayores sobre el deporte que han practicado, seguramente nos dirán que bien poco. Que ejercicio físico mucho: Soleta, pico y pala, palaustre, brocha… ese era el deporte que había. Trabajo. Pero deporte, bien poco… eso es de señoritos, dirían algunos.
La práctica generalizada de un deporte como tal, como sana afición, es una cosa relativamente reciente en nuestro entorno. Supongo que en las capitales las instalaciones deportivas existían antes; pero aquí, hasta los ochenta, nada de nada. Bueno, muchas huertas para cavar, viñas que podar y sarmentar y remolachas que coger agachados, y cargar en el camión con un fuerte impulso de riñones.
Una mañana cualquiera, el director del colegio se coló en la clase de sexto, interrumpió un momento la clase, y nos anunció con solemnidad que era obligatorio elegir un deporte. Todos debíamos apuntarnos a futbito, baloncesto, balonmano o voleibol… Y en la clase de cuarenta se hicieron cuatro grupos. A futbito se apuntaron los que, según el consenso de todos, jugaban mejor. A una cosa parecida jugábamos en los recreos, y había alguno que otro que había conseguido destacar en regates y tiros a la portería pintada en la pared. Creo recordar, que los que menos ganas tenían, se apuntaron a voleibol. Los de en medio, donde siempre he estado, nos distribuimos entre baloncesto y balonmano.
El balonmano fue para mí un descubrimiento. Se me daba bien. Además de la fuerza y una cierta habilidad, era necesario ser muy observador. Tener conciencia en todo momento de las  posiciones y los movimientos de los demás, para buscar o provocar huecos.  Saber dónde están los tuyos, y jugar en equipo.
Comenzamos entrenando en el patio del colegio y en el palenque. El primer año avanzamos poco. Aprendimos las reglas, y a pasarnos la bola; poco más. Se organizaron en el Poli, competiciones entre algunos colegios, pero no ganamos.
El polideportivo municipal, fue durante muchos años la única instalación deportiva de Chiclana. No existía el pequeño pabellón cubierto de la entrada, ni estaba comunicado con el colegio de Santa Ana, ni existían pistas de Pádel. Bueno, no existía el Pádel, que yo sepa. Entonces éramos menos pijos.
Lo que si había era una gran piscina municipal que abría los veranos, y que se llenaba los días de levante. Rodeada de césped, con socorrista y todo. Una modernidad, vamos.  Además de la piscina, una pista de futbito abajo, dos de tenis, y una pista polivalente, arriba, detrás del pequeño edificio de vestuarios y administración. Había también una pequeña cantina, y algunos personajes que estaban siempre allí, vestidos eternamente con chándal, y que lo mismo arreglaban una valla, limpiaban los vestuarios, o arbitraban un partidito de futbito.
En el poli convivían algunos clubs, de baloncesto, de balonmano o voleibol, en los que podías apuntarte y practicar algún deporte de equipo. Algunos alquilaban también las pistas de tenis. Los colegios y los institutos también hacían uso de las instalaciones… Y, cuando no se usaban oficialmente por nadie, entonces, aquello se llenaba de chiquillos que jugaban una pachanguita en cualquier canasta vacía, o un partidito de futbito improvisado. Se podían distinguir fácilmente. Los clubes llevaban camisetas del mismo color. Equipaciones. Los chiquillos que aprovechaban los huecos de los horarios, no podían distinguir a los del equipo contrario. Alguna vez, decidían que un equipo jugaría sin camiseta para poder diferenciarse del rival. Un equipo color carne, más o menos morena, contra otro con camiseta.
Ya en el instituto, se produjo un cambio importante. Licenciados en INEF nos daban clase de gimnasia dos veces por semana. Al principio del curso nos hacían unas pruebas físicas. De resistencia, de fuerza, de flexibilidad… Los resultados de cada uno no eran determinantes, pero lo que sí era necesario era aprovechar el curso, y tener a final del mismo, mejores resultados en las pruebas que al principio.
Íbamos al motocrós, y a la campo de fútbol que había al lado. El motocrós de Santa Ana, hoy el parque de Santa Ana, era un recorrido sinuoso de subidas y bajadas por carriles de zahorra. No había vegetación alguna.  Plantaron árboles pequeños y empedraron aquellos carriles con piedra de Tarifa. Hoy los árboles son grandes. Ya es un parque y no un motocrós.
Los nuevos colegios que se fueron construyendo, año a año, tenían casi todos sus propias instalaciones, que se usaban por las tardes, por los niños y niñas del barrio como lugar de juego.
Poco a poco, durante los últimos años, se han ido terminado multitud de instalaciones deportivas, pabellones, velódromo, piscinas, pistas de atletismos, campos de césped artificial…
Cualquier tarde podemos ver a muchísima gente vestida con modernas ropas deportivas practicando infinidad de deportes, paseando en piragua, corriendo, con la bici…
Me parece que Chiclana tiene una especial vinculación o afición al deporte. Desde luego, si preguntamos a nuestros mayores, que no han montado en bicicletas de aluminio última generación, ni tenían camisitas transpirables de tejidos inteligentes, ni zapatillas de running de gran absorción de impactos… si preguntamos a nuestros mayores que no hacían deporte, pero hacían mucho ejercicio con la soleta, el pico y la pala, el palaustre o la brocha,… y que si cogían la bicicleta era para ir a Cádiz a trabajar;  si preguntamos, nos dirán… ¡Joder, Qué cambio!

No hay comentarios:

Publicar un comentario