He oído
que se está preparando una exposición con las propuestas para el poblado de
Sancti-Petri, fruto de un concurso de arquitectura que convocó el Ayuntamiento.
Tres colegas arquitectos de fuera y yo, nos inscribimos juntos en aquel
concurso de ideas, pero finalmente no fuimos capaces de presentar propuesta
alguna. A veces pasa; el entorno pesa e influye demasiado; y, los espacios tan
íntimamente vividos hacen que uno se sienta muy pequeñito, y algo incapaz.
Supongo que le pasará lo mismo a los médicos o a los psicólogos, que no tratan a
sus familiares como médicos, sino como familia, claro.
Sancti
Petri es un lugar singular, desde la geografía, la historia, las ciencias
naturales, la geología, la mitología, la antropología… Es el escenario ideal
para eruditos y expertos de casi todas las materias. Pero para mí, Sancti Petri
es sobre todo un recuerdo:
En mi
calle, junto a la huerta, vivía Manolo el Mellizo que tenía un barco de pesca
en el muelle de piedra. Tenía un barco y un hijo, mi amigo Manolito. Todas las
tardes Manolo iba a Sancti-Petri por segunda vez, a revisar el barco y a preparar
las artes para la mañana del día siguiente. El barco, al que llamaban el
“Turutú” por su ruido, daba trabajo a unos pocos. Muchas tardes su hijo lo
acompañaba, y algunas veces yo iba con ellos. Llegábamos a Sancti Petri en un Renault
4 azul, que se sabía de memoria los enormes baches del carril que conducía al
muelle de piedra. Pegado a las casas estaba el bar flotante, que era un bote
grande y varado. El mostrador era la
borda, y tenía la curvatura que tienen los botes, porque la botella de Fanta
quedaba peligrosamente inclinada, y era mejor tenerla en la mano o beberse
deprisa. Por delante, un sombrajo de cañizo, como los chiringuitos, un par de
mesas plegables y algunas sillas.
Sobre el
muelle (de piedra porque el muelle grande era otro) había siempre varios
montones de redes y de bollas de colores, algunas, simples trozos de corcho con
banderas hechas con un palito y un plástico rojo o blanco. Recuerdo el olor de
los montones de algas secas en el suelo, que quedaban donde antes habían
limpiado las redes. Delante, un paisaje impresionante, un parque natural, unos
caños llenos de vida, las vistas… entonces era natural lo natural. No éramos
ecologistas, esos pensamientos no eran del todo necesarios, todavía.
Los
barcos en el muelle se veían más o menos, según la marea. Y era también la
marea la que decidía por nosotros. Si los barcos quedaban muy por debajo del
muelle, con la marea vacía; entonces, le pedíamos la patera a Geromo para
cruzar el caño y mariscar perrillos. Geromo era un hombre mayor, con una boina
negra, un cigarro en la boca y un quiste de grasa en la parte trasera del
cuello, al que era difícil no mirar. Recomiendo la sensación de andar por el
fango hasta casi la rodilla, y escarbar con las manos buscando perrillos solo
con el tacto: Frio, suave, y con olor a Sancti-Petri. Mariscar lo que es mariscar, creo que no, pero
pasábamos la tarde.
La
pleamar elevaba los barcos casi sobre el muelle, impedía mariscar y nos
invitaba a explorar el poblado. Una vez vimos un grupo de soldados jugando a
los pistoleros por las calles, como los niños pequeños, aunque ellos dirían que
eran maniobras. Uno con una gorra diferente nos llamó la atención, y nos
volvimos al muelle de piedra. Más tarde comprendí aquel conflicto, entre
militares y pescadores. Pero casi siempre, Sancti-Petri estaba absolutamente
vacío. Recuerdo los paneles blancos en las paredes del cine y la pantalla pintada
en la pared, subir a la planta alta del Ayuntamiento, la fábrica de atunes, con
una parte del suelo de hormigón ondulado, como una enorme tabla de lavar de
madera. Recuerdo la iglesia, las casas, un par de ellas con las fachadas
pintadas y con macetas colgadas. Recuerdo los árboles de las calles, algunas
sin salida; recuerdo la sensación de estar en un sitio que había sido y que no
era.
Buscando
una imagen para acompañar estas palabras he encontrado ésta. Cada uno de
nosotros tenemos un recuerdo diferente de Sancti-Petri. Algunos incluso
recordarán el poblado en todo su esplendor, y otros solo habrán conocido los
últimos años, después de las demoliciones. Os invito a sentaros en la silla de la
fotografía, levantar la vista del diario unos segundos, y buscar Sancti Petri
en vuestra memoria. Solo allí existe.
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