domingo, 14 de abril de 2013

Un Sancti-Petri de cada uno



He oído que se está preparando una exposición con las propuestas para el poblado de Sancti-Petri, fruto de un concurso de arquitectura que convocó el Ayuntamiento. Tres colegas arquitectos de fuera y yo, nos inscribimos juntos en aquel concurso de ideas, pero finalmente no fuimos capaces de presentar propuesta alguna. A veces pasa; el entorno pesa e influye demasiado; y, los espacios tan íntimamente vividos hacen que uno se sienta muy pequeñito, y algo incapaz. Supongo que le pasará lo mismo a los médicos o a los psicólogos, que no tratan a sus familiares como médicos, sino como familia, claro.
Sancti Petri es un lugar singular, desde la geografía, la historia, las ciencias naturales, la geología, la mitología, la antropología… Es el escenario ideal para eruditos y expertos de casi todas las materias. Pero para mí, Sancti Petri es sobre todo un recuerdo:
En mi calle, junto a la huerta, vivía Manolo el Mellizo que tenía un barco de pesca en el muelle de piedra. Tenía un barco y un hijo, mi amigo Manolito. Todas las tardes Manolo iba a Sancti-Petri por segunda vez, a revisar el barco y a preparar las artes para la mañana del día siguiente. El barco, al que llamaban el “Turutú” por su ruido, daba trabajo a unos pocos. Muchas tardes su hijo lo acompañaba, y algunas veces yo iba con ellos. Llegábamos a Sancti Petri en un Renault 4 azul, que se sabía de memoria los enormes baches del carril que conducía al muelle de piedra. Pegado a las casas estaba el bar flotante, que era un bote grande y  varado. El mostrador era la borda, y tenía la curvatura que tienen los botes, porque la botella de Fanta quedaba peligrosamente inclinada, y era mejor tenerla en la mano o beberse deprisa. Por delante, un sombrajo de cañizo, como los chiringuitos, un par de mesas plegables y algunas sillas.

Sobre el muelle (de piedra porque el muelle grande era otro) había siempre varios montones de redes y de bollas de colores, algunas, simples trozos de corcho con banderas hechas con un palito y un plástico rojo o blanco. Recuerdo el olor de los montones de algas secas en el suelo, que quedaban donde antes habían limpiado las redes. Delante, un paisaje impresionante, un parque natural, unos caños llenos de vida, las vistas… entonces era natural lo natural. No éramos ecologistas, esos pensamientos no eran del todo necesarios, todavía.
Los barcos en el muelle se veían más o menos, según la marea. Y era también la marea la que decidía por nosotros. Si los barcos quedaban muy por debajo del muelle, con la marea vacía; entonces, le pedíamos la patera a Geromo para cruzar el caño y mariscar perrillos. Geromo era un hombre mayor, con una boina negra, un cigarro en la boca y un quiste de grasa en la parte trasera del cuello, al que era difícil no mirar. Recomiendo la sensación de andar por el fango hasta casi la rodilla, y escarbar con las manos buscando perrillos solo con el tacto: Frio, suave, y con olor a Sancti-Petri.  Mariscar lo que es mariscar, creo que no, pero pasábamos la tarde.
La pleamar elevaba los barcos casi sobre el muelle, impedía mariscar y nos invitaba a explorar el poblado. Una vez vimos un grupo de soldados jugando a los pistoleros por las calles, como los niños pequeños, aunque ellos dirían que eran maniobras. Uno con una gorra diferente nos llamó la atención, y nos volvimos al muelle de piedra. Más tarde comprendí aquel conflicto, entre militares y pescadores. Pero casi siempre, Sancti-Petri estaba absolutamente vacío. Recuerdo los paneles blancos en las paredes del cine y la pantalla pintada en la pared, subir a la planta alta del Ayuntamiento, la fábrica de atunes, con una parte del suelo de hormigón ondulado, como una enorme tabla de lavar de madera. Recuerdo la iglesia, las casas, un par de ellas con las fachadas pintadas y con macetas colgadas. Recuerdo los árboles de las calles, algunas sin salida; recuerdo la sensación de estar en un sitio que había sido y que no era.
Buscando una imagen para acompañar estas palabras he encontrado ésta. Cada uno de nosotros tenemos un recuerdo diferente de Sancti-Petri. Algunos incluso recordarán el poblado en todo su esplendor, y otros solo habrán conocido los últimos años, después de las demoliciones. Os invito a sentaros en la silla de la fotografía, levantar la vista del diario unos segundos, y buscar Sancti Petri en vuestra memoria. Solo allí existe.

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