Cualquier tiempo
pasado fue peor. Lo digo, porque revisando mis últimos escritos, he tenido la
sensación de estar insinuando lo contrario, al dibujar una Chiclana reciente demasiado
idílica. Nada más lejos de mi intención.
Esta semana se
han publicado unas fotos de un presidente autonómico de paseo con un narco, una
foto “ennarcada”; además, han puesto
en la tele una peli, heroína, que trata de la lucha de unas madres gallegas
contra el problema de las drogas durante los ochenta y noventa. También ha sido
reelegido el presidente de los empresarios, y aunque no tenga nada que ver, me
ha recordado a otra persona. Por todo ello, me apetece dedicar unos minutos a
aquel asunto de las drogas, que por cierto, hoy parece olvidado.
Chiclana, en la
misma medida que los pueblos del entorno, sufrió la epidemia de la heroína. Las
drogas han existido siempre: los medios litros de vino en El Rincón, el porro o el botellón; pero, la heroína tuvo
un impacto social mucho más evidente. En los ochenta algunos pasaron
directamente del porro a la heroína. En los noventa, las agujas perdieron
poder, y fue aumentando el consumo de cocaína, más discreta, más pija y más
invisible. Los “grifotas” no pasaban
desapercibidos, como ocurre hoy. Por ello, porque se les veía, fueron
marginados de un modo brutal y apartados completamente de la sociedad. En
general, y sobre todo al principio, fueron considerados unos verdaderos
apestados. El lenguaje, que somos todos y siempre indica actitudes, los llamó
enganchados, grifotas, drogadictos… y cosas peores que no vienen al caso. Pero
solo eran chavales y chavalas con un grave problema de salud, viviendo en una
sociedad que no tenía preparada una respuesta ni un tratamiento adecuado para
ellos.
En 1987 Juan
Rodríguez Ballesteros, entonces estudiando medicina, y un grupo de padres y
madres de afectados por aquella epidemia, entre otros, Manolo Sánchez, fundaron
en Chiclana la asociación AFAAD. El Ayuntamiento les cedió las dependencias del
antiguo matadero, seguramente porque era lo único que había. Unas instalaciones
con un nombre poco apropiado y que ellos mismos tuvieron que acondicionar. La
asociación consiguió, bonito verbo conseguir, modificar la respuesta que
Chiclana daba a sus drogadictos, trabajando intensamente hasta su disolución en
el año 2010. Ayudaron a muchos, e
hicieron el bien, sin paliativos: Escuela de familiares, consultas específicas,
el único centro de rehabilitación que ha existido en Chiclana…
Muchas otras
asociaciones, y muchas otras personas se han entregado en la lucha contra esta
epidemia. Muchos luchan todavía. Otros muchos cayeron, enganchados o vencidos.
Valla por escrito este recuerdo para todos ellos.
Se ponían en
sitios concretos, agrupados, esperando. Siempre esperando. En la Calle del
Molino antes Méndez Núñez, entre de la plaza mayor y JJ, había una casa vieja
en ruinas, que siempre tenía la puerta rota. Y un bar en la esquina, y una
acera para sentarse y unas caras flacas y unas miradas perdidas. Recuerdo pasar
junto a ellos sin apenas mirarlos. Ya no están allí. El Chana, el Moro, el
Cosme, el Colilla, el Quemao, Jacinto… Y
es que, si hacemos memoria, la heroína se llevó a buena parte de una
generación. La sociedad de entonces se dedicó a criminalizarlos y apartarlos.
Supongo que por miedo al contagio. Y solo los familiares de los afectados, la
sociedad civil, fue abriendo camino para el cambio. Como siempre.
Puede que tengan
ustedes algún recuerdo concreto, alguna cara, algún familiar que sufrió esta
terrible enfermedad y la ignorancia de los sanos. Puestos a rememorar las cosas
de nuestro pasado reciente para recuperarnos, como pretendo en esta sección,
recordemos también aquel episodio olvidado. Que sirva este recuerdo como
modesto y tardío homenaje.
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