Siguiendo
con este torpe perfil sobre los cambios sociales que hemos experimentados en
los últimos treinta años, y porque hoy es un día señalado para ello, permítanme
unas líneas sobre las madres. Porque además, el cambio del papel de la mujer en
nuestra sociedad es uno de los pilares de nuestra evolución hacia mejor.
En
los años ochenta, las madres eran más jóvenes. Al menos eso dice el Instituto
Nacional de Estadística. En Chiclana la edad media con la que una mujer tenía
su primer hijo en 1980 era de 24,5 años. En 2011, la edad media de las
primíparas es de 30,66. Seis años más.
Antes,
muchas mujeres eran sobre todo madres y esposas, cuidadoras de sus mayores y
amas de casa en exclusiva, con todo lo que eso significa. Las familias, institución
sacralizada durante años, descansaba en la entrega absoluta de las mujeres.
Ellas habían sido educadas para la renuncia a una parte de ellas mismas, el
desarrollo personal y profesional estaba
mucho más limitado que hoy en día. (Que también lo está) No eran ni más ni
menos felices. Era sencillamente un modelo social diferente.
Las
madres sabían comprar en las tiendas del barrio o en la plaza, y sabían estirar
el dinero. No tenían tarjeta, pero tenían un monedero mágico, que llevaban bajo
el brazo cuando iban a Eco Carlos, que abrían solo un poquito para sacar lo
justo, alguna moneda y algún billete muy dobladito. El monedero era milagroso,
el dinero nunca se acababa. Y si se acababa, solo la madre lo sabía. Los padres
solían limitarse a entregar el sobre; (antes también había sobres) y las
madres, sin tener estudios en economía, demostraban cada día que una ruina bien
administrada puede durar toda la vida. Compraban un choricito de la guita verde para
poner unas lentejas. Compraban cuarto y mitad de carne para guisar, y una
latita de fuagrás con la que merendaban todos; miraban
los precios, y sabían de calidad. Hoy, todos compramos mucho más pero peor.
Esta
dedicación casi en exclusiva a la casa es un fenómeno propio de nuestro
entorno. En otros lugares, donde las faenas del campo lo requería, las mujeres
han echado siempre sus peonás, como los hombres. O como en Galicia, dónde son
tradicionalmente, las encargadas de mariscar. En Chiclana, muchas mujeres
trabajaron con las muñecas, echando medios días o cosiendo para la calle.
Antes,
las mujeres eran educadas para ser amas de casa. Los hombres no. En cierto
modo, la familia era también una
institución de inter-dependencia. La mujer dependía económicamente del suelo
del marido, el marido dependía de los cuidados de su mujer, (porque antes los
hombres éramos más inútiles, si cabe, para cuidar de nosotros mismos); y, los
hijos dependían siempre, de los cuidados de la madre.
En
las últimas décadas las mujeres se han incorporado al mercado laboral; y,
aunque queda mucho por recorrer, tantos años de lucha por la igualdad van
teniendo su fruto. También es cierto que antes una familia subsistía con un
solo sueldo; y ahora, o trabajan los dos, en la calle se entiende, o ustedes me
dirán cómo alimentamos nuestro consumismo insaciable.
Sin
renunciar a ser madres, Ellas se han desarrollado profesionalmente, y sobre
todo, son mucho más independientes. Más libres.
Pero
este desarrollo profesional, esta evolución, no ha supuesto en absoluto una
menor dedicación a los hijos. A pesar de las trabas a la conciliación entre la
vida laboral y familiar, una madre sigue siendo una madre. Es curioso el dato
que nos da el INE: En 1980 solo el 3,57% de los nacidos en la provincia de
Cádiz lo eran de una mujer no casada, que entonces era denominada madre
soltera. El matrimonio y la maternidad, por ese orden a ser posible, estaban
íntimamente ligados. Y a una mujer se le
exigía tener la seguridad del matrimonio antes de ser madre. En 2011, en
cambio, un 41,51% de los nacidos, los son de madres que no han formalizado su
matrimonio ni en la iglesia ni en el juzgado. Son parejas de hecho, inscritas o
no, o son madres solteras, sin más. Quiero interpretar este dato como un
indicador de la gran seguridad en ellas mismas y del grado de independencia que
están conquistando las mujeres.
La
maternidad, mucho más antigua que cualquier organización social, costumbre o
cultura, se mantiene por encima de convenciones sociales, creencias o modelos familiares. Está por encima de matrimonio, de
relación de pareja si quieren; por encima del trabajo, de la familia, de la
cultura y de la costumbre. Ya lo decimos en Chiclana. Una madre es una madre, y
a ti te encontré en la calle.
Siento
tener una cierta tendencia a lo sentimental, nunca fui muy cartesiano. Pero, si
se trataba de hablar de las madres, ¿por qué me he enrollado tanto?.
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