domingo, 17 de marzo de 2013

Si no estudias, serás basurero



En “los Agustinos”, en plena transición, éramos felices y cuarenta por clase. Un par de semanas después de que se tomara esta foto, un guardia civil entró en el congreso y gritó su ya famoso “todo el mundo al suelo”. En Chiclana un par de vecinos armados con escopetas de caza y que añoraban el pasado, se personaron en el cuartel de la Guardia Civil, animados por el golpe, poniéndose a disposición del comandante de puesto, para lo que hiciera falta. El guardia civil, con gran sentido común, los mando a casa. Al día siguiente no hubo clase, y recuerdo que en la tele pusieron una película de un lechero-boxeador.




Los maestros eran curas, aunque ya empezaban a dar clases maestros y maestras normales, como nosotros decíamos. Hoy soy consciente de que las condiciones del colegio no eran las mejores: El patio estaba comunicado por una ventana con el calabozo municipal. Nosotros le decíamos la cárcel. Habían colocado entre las dos rejas de la ventana una tela metálica de gallinero muy tupida, de agujeros del grosor de un cigarrillo. Los presos solo querían conversación. Supongo que para ellos, ver el recreo desde la ventana sin poder salir, era un verdadero castigo. Como cuando nos castigaban a nosotros. Por cierto, en mi colegio, a veces, pegaban. En las clases había una clarísima segregación: Los listos, unos pocos que siempre sacaban buenas notas; los torpes y los normales. Ya en séptimo y octavo aparecieron  los gamberros, normalmente repetidores, que recordarían mejor que los demás la malla de gallinero de la ventana del patio…  Hoy no quiero trasladar ningún panorama desolador. Éramos felices, y aquel colegio, a la mayoría de nosotros, nos enseñó mucho y bien.

Pero, mi generación fue educada por un sistema esquizofrénico, en el que coexistían dos Españas con valores irreconciliables, pero que trataban de construir una convivencia pacífica. Hoy pienso que el éxito de nuestra transición se fundamentó en no decir ni hacer demasiado.  En el colegio, por supuesto, no se trataban estos asuntos, solo en el bachillerato, casi diez años después y muy tímidamente. Como decía, hemos sido una generación anestesiada. Nuestros padres lo habían pasado mal, mucho peor que nosotros, pero callaban. Nos educaron en unos valores entonces irreales y teóricos; uno valores a los que la sociedad aspiraba, pero que a nosotros se nos trasmitieron como si nuestra democracia tuviese doscientos años, y estuviese consolidada. Cuando recuerdo la inocencia de Heidi y Marco, barrio sésamo, la gallina Caponata y el gallo Quiriko… me viene a la memoria una frase de un cura de entonces: Si no estudias, serás basurero. Esta sentencia resume un mensaje que todos creímos a pie juntillas, y que ha influido muy negativamente en los que nacimos en los setenta. En primer lugar, porque ahora sabemos que ser basurero no es ningún fracaso personal ni ninguna deshonra. Por supuesto.  Además, ¿Porqué no basurera? Y final  y desgraciadamente, con el tiempo pudimos comprobar que no solo bastaba con estudiar.  También hacía falta tener padrinos, ser hijo de, o que puedan ayudarte un poquito… pero de esto no se hablaba. Se dio por sabido.

En medio de la actual situación económica y crisis de valores, los niños de nueve años de hoy también sonríen. Hemos vivido en nuestra historia muchas caídas y resurgimientos. Esta vez es distinto. Creo que por primera vez, en esta crisis, los hijos lo tienen más difícil que sus padres. Por eso espero que en esta nueva y necesaria transición, no nos quedemos cortos otra vez, ni tratemos a los jóvenes como a imbéciles. 

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