En “los Agustinos”, en plena transición, éramos felices y
cuarenta por clase. Un par de semanas después de que se tomara esta foto, un
guardia civil entró en el congreso y gritó su ya famoso “todo el mundo al
suelo”. En Chiclana un par de vecinos armados con escopetas de caza y que
añoraban el pasado, se personaron en el cuartel de la Guardia Civil, animados
por el golpe, poniéndose a disposición del comandante de puesto, para lo que hiciera falta. El guardia
civil, con gran sentido común, los mando a casa. Al día siguiente no hubo
clase, y recuerdo que en la tele pusieron una película de un lechero-boxeador.
Los maestros eran curas, aunque ya empezaban a dar clases
maestros y maestras normales, como
nosotros decíamos. Hoy soy consciente de que las condiciones del colegio no
eran las mejores: El patio estaba comunicado por una ventana con el calabozo
municipal. Nosotros le decíamos la cárcel. Habían colocado entre las dos rejas
de la ventana una tela metálica de gallinero muy tupida, de agujeros del grosor
de un cigarrillo. Los presos solo querían conversación. Supongo que para ellos,
ver el recreo desde la ventana sin poder salir, era un verdadero castigo. Como
cuando nos castigaban a nosotros. Por cierto, en mi colegio, a veces, pegaban.
En las clases había una clarísima segregación: Los listos, unos pocos que
siempre sacaban buenas notas; los torpes y los normales. Ya en séptimo y octavo
aparecieron los gamberros, normalmente
repetidores, que recordarían mejor que los demás la malla de gallinero de la
ventana del patio… Hoy no quiero
trasladar ningún panorama desolador. Éramos felices, y aquel colegio, a la
mayoría de nosotros, nos enseñó mucho y bien.
Pero, mi generación fue educada por un sistema
esquizofrénico, en el que coexistían dos Españas con valores irreconciliables,
pero que trataban de construir una convivencia pacífica. Hoy pienso que el
éxito de nuestra transición se fundamentó en no decir ni hacer demasiado. En el colegio, por supuesto, no se trataban
estos asuntos, solo en el bachillerato, casi diez años después y muy tímidamente.
Como decía, hemos sido una generación anestesiada. Nuestros padres lo habían
pasado mal, mucho peor que nosotros, pero callaban. Nos educaron en unos
valores entonces irreales y teóricos; uno valores a los que la sociedad
aspiraba, pero que a nosotros se nos trasmitieron como si nuestra democracia
tuviese doscientos años, y estuviese consolidada. Cuando recuerdo la inocencia de
Heidi y Marco, barrio sésamo, la gallina Caponata y el gallo Quiriko… me viene
a la memoria una frase de un cura de entonces: Si no estudias, serás basurero.
Esta sentencia resume un mensaje que todos creímos a pie juntillas, y que ha influido
muy negativamente en los que nacimos en los setenta. En primer lugar, porque ahora
sabemos que ser basurero no es ningún fracaso personal ni ninguna deshonra. Por
supuesto. Además, ¿Porqué no basurera? Y
final y desgraciadamente, con el tiempo
pudimos comprobar que no solo bastaba con estudiar. También hacía falta tener padrinos, ser hijo
de, o que puedan ayudarte un poquito… pero de esto no se hablaba. Se dio por
sabido.
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