sábado, 14 de diciembre de 2013

Una Fiesta en el Garaje

                ¡Qué difícil es resistirse a la navidad! Aunque comiences el mes de diciembre con la sana intención de contenerte; de no pasarte, pero aunque pienses incluso, que este año no tienes ganas de fiestas, al final, la marea te lleva. Y compras, comes, bebes y celebras más de lo que razonablemente habías pensado en un principio.
                No hay crisis que pueda con ella. El espíritu comercial, que hace tiempo que desplazó al navideño, se adapta a todos los bolsillos, y a todas las circunstancias.
                Antes la gente joven montaba un club. Para celebrar la Nochebuena, y la Nochevieja, se buscaba un garaje, un cuarto de azotea o una pieza de bodega prestada. En los setenta en Chiclana, pocos habían visto las cenas y las fiestas navideñas como un negocio, y por lo tanto, la gente se organizaba por su cuenta, y montaban una sala de fiestas bajo cualquier techo de uralita.
                Primero había que quedar para limpiar el sitio. Y ya entonces se cumplía una regla que no falla: a limpiar y preparar va siempre menos gente que a la fiesta. En aquel garaje lleno de trastos, los amigos se organizaban como podían para amontonar los tiestos en una esquina, y taparlos con unas cortinas viejas que había por allí… Aquí la barra, tú te encargas del equipo de música… ¿Quién se encarga de comprar las bebidas?
                Y había quien traía luces; incluso alguien había hecho una bola de espejitos, pegando uno por uno, como el de la discoteca de Grease, bajo la que bailaban Travolta y Newton John…
Aquello tenía un faenón. No era fácil montar una discoteca en un par de días, pero merecería la pena, supongo. El día de la fiesta, ellos se ponían una corbata, y ellas cambiarían el pantalón vaquero y el jersey por sofisticados trajes de noche. Tú y yo sabemos, que se ligaba más preparando el club que en la propia fiesta… y además, ellas siguen estando más guapas en vaqueros.
                Algunos clanes, que se mantenían desde hacía años, se organizaban de otra manera. Y había cenas y fiestas en el pico de oro, o en los Ángeles, o en el Hotel Fuente Mar. Porque en una época no tan alejada, los niños bien estaban absolutamente separados del resto, lejos, para evitar ser contaminados por sangres plebeyas.
Con el tiempo, fue apareciendo poco a poco una palabra nueva, que vino a sustituir a los clubs de azotea y garaje: El Cotillón. En los Ochenta y Noventa, algunos ya habían visto el negocio en la fiesta de fin de año. Ciertamente al principio, aquello fue un poco descontrolado. Era básicamente lo mismo que montar un club: se acondicionaba cualquier garaje grande o pieza de bodega, y se cobraba la entrada a cambio de barra libre de botellas de coca-cola de dos litros… Había un sitio de más postín que se llamaba la Patulea, en la soledad, y otro en la cuesta Hormaza, y otro en la banda, en la calle Sor Ángela de la Cruz…  Ya por último el Ayuntamiento se fue metiendo en el asunto, y exigió la licencia municipal… porque cualquier día, con esos aforos y las escasas condiciones de seguridad, podría haber ocurrido alguna desgracia. Ya casi nadie solicita licencia para cotillones. Hacerlo bien, no es negocio.
Pero si hubo una innovación incuestionable en esto de las fiestas de fin de año, sin duda, ésta vino de la mano de los hoteles del Novo, que ya en los noventa, se dedicaron a organizar fiestas de fin de año. Lo anunciaban en la radio, y traían gente de toda la bahía. En unas instalaciones perfectas, barra libre de primeras marcas, música en directo… y una bolsa cotillón a la entrada, con serpentinas de papel, un gorrito ridículo y un matasuegras. Ellos con traje de chaqueta, ellas con traje de noche, con plumas negras, brillos plateados y tacones imposibles. Eran fiestas de película para chicos de pueblo. Aunque, la entrada costaba un pastón, y no todos podían o querían despilfarrar ocho o diez mil pesetas en una fiesta, junto a cientos de desconocidos, haciendo cola en la barra para coger una cara borrachera de una a seis de la mañana… A partir de las siete, jóvenes borrachos con la corbata al hombro, y chicas descalzas con los tacones en la mano, volvían a la realidad y trataban de decidir si se recogían, o si hacían cola en el Pájaro para desayunar churritos… Casi todos hemos pasado por ahí, no digas que no.
Conforme uno cumple años, las navidades se convierten en una reunión familiar. Y los matrimonios jóvenes se reparten las fiestas. La Nochebuena con los suegros, la Nochevieja con los padres… Y se cena, y se brinda en familia. Los más jóvenes se van después de cenar, y salen a tomar una copa, o más de una. Y los menos jóvenes encienden la tele un rato, y se acuestan. Quizás sea ésta una buena medida de la juventud. Porque independientemente de la edad que tengas, para saber si eres joven solo tienes que hacerte una pregunta: ¿Qué vas a hacer en Nochevieja?

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